miércoles, 8 de enero de 2025

LO QUE LOS DOCENTES PODEMOS APRENDER DE LAS OSTRAS


He escrito este post escuchando esta pieza de Ludovico Einaudi. Os recomiendo leerlo con ella de fondo:


En el corazón del océano, una ostra encuentra una intrusa: una partícula de arena, un pequeño trozo de concha. Ese grano extraño es incómodo, incluso doloroso, pero en lugar de rendirse ante el malestar, la ostra comienza un proceso asombroso: recubre esa intrusión con nácar, capa tras capa, hasta transformarla en una joya luminosa y perfecta. Así nacen las perlas, fruto de la resistencia y de la adaptación. 

¿No ocurre algo similar en la vida y, más aún, en la educación?

Nosotros, como docentes, acompañamos a nuestros alumnos en su proceso de formación. Ellos también se enfrentan a distintas adversidades: un problema matemático que no pueden resolver, una palabra que no comprenden, un error que les frustra, una amistad que no se asienta... Y al igual que lo que ocurre con las ostras, cada desafío puede convertirse en una oportunidad para generar algo hermoso y valioso.

La clave está en cómo abordamos esas pequeñas "arenas" de la vida. Si protegemos a nuestros alumnos de cualquier incomodidad, si eliminamos todo obstáculo de su camino, les negamos la posibilidad de aprender a transformarse y de superarse. La sobreprotección no genera perlas; genera fragilidad. Es nuestra responsabilidad enseñarles que los errores no son el final del aprendizaje, sino el comienzo de un proceso lleno de posibilidades.

En nuestras aulas, debemos crear un ambiente en el que se valore el esfuerzo y se reconozca que del fallo nacen los aprendizajes más duraderos. ¿Qué sería de la ostra sin esa partícula intrusa? De igual modo, ¿qué sería de nuestros alumnos sin la oportunidad de enfrentarse a sus propios retos?

Transformar el error en aprendizaje es como recubrir un grano de arena con nácar: requiere tiempo, paciencia y dedicación. Debemos enseñarles que no es malo equivocarse, que cada intento fallido puede ser una capa más que los acerca a ser esa "perla" que brilla con su propia luz; esa perla que cada uno guarda en su interior. En palabras de Don Quijote: "no hay otro yo en el mundo" y resulta que en nuestras aulas habitan muchos "yoes" únicos que merecen ser acompañados en este proceso con cuidado y respeto.

Por lo tanto, hagamos de nuestras clases un espacio donde las adversidades no sean temidas, sino abrazadas. Construyamos una pedagogía de la perseverancia, donde lo importante no sea evitar la dificultad, sino aprender a navegarla con confianza y creatividad. Que nuestros alumnos descubran que pueden ser artífices de su propia belleza, capaces de convertir los desafíos en oportunidades, las caídas en aprendizajes y las dudas en certezas.

En educación, como en la vida, no se trata de evitar o de limpiar las piedras que nuestros alumnos se encontrarán en el camino; se trata de aprender a caminar sobre ellas; de saber que son esas piedras las que les van a permitir construir puentes para llegar aún más lejos. Sigamos inspirándolos para que se atrevan abrazar sus imperfecciones, a celebrar sus esfuerzos y a reconocer que, en el fondo, las dificultades que se encuentren en su largo caminar no son más que semillas que les ofrecen la valiosa oportunidad de seguir creciendo y aprendiendo.

Si queremos crear perlas que iluminen el mundo, aprendamos de las ostras estas dos simples lecciones:

1. Valorar el error como oportunidad: en lugar de juzgarlo y sancionarlo, utilicémoslo como herramienta de aprendizaje. Cada fallo es una capa de nácar que fortalece el crecimiento de nuestros alumnos.

2. Fomentar la resiliencia: ayudémosles a enfrentarse a los desafíos con paciencia y tenacidad, enseñándoles que los contratiempos que les surjan pueden transformarse en algo valioso si se afrontan con una actitud adecuada.

Sé que esto de aprender de las ostras suena raro, ¿verdad?, pero, muchas veces, el aprendizaje puede hallarse en los lugares más insospechados.

* Este post se lo dedico a mi admirada y buena amiga Anna Forés. 
A ella le oí hablar de ostras y de perlas, de adversidades y de aprendizajes. 
¡Gracias, Anna!

martes, 31 de diciembre de 2024

QUERIDO 2025: QUIERO...


Querido 2025:

Quiero... 

Quiero la sencillez de las cosas que importan.

Quiero despedir el año con gratitud, sin cuentas pendientes ni reproches.

Quiero días sin prisas, abrazos sin horarios, palabras que pesen más que el ruido.

Quiero más silencios compartidos y menos explicaciones vacías.

Quiero reír hasta que me duelan las mejillas, llorar cuando haga falta y saber que ambas son formas de estar vivo.

Quiero caminar sin rumbo, disfrutar del sol cuando asome y bailar bajo la lluvia.

Quiero libros que me hagan pensar, música que me erice la piel y conversaciones que nunca quieran acabar.

Quiero valor para decir "te quiero" más veces y para pedir perdón cuando sea necesario.

Quiero despedir este año recordando lo bueno, aprendiendo de lo malo y guardando cada instante en el rincón de lo irremplazable.

Quiero que el reloj con mis hijas se detenga, que sus risas sean el eco que me guíe y que sus brazos sigan siendo el refugio más seguro.

Quiero aprender de ellas cada día: de su manera de mirar el mundo, de su curiosidad infinita y de su capacidad para convertir lo cotidiano en algo mágico.

Quiero quererlas cada minuto como si fuera el primero; con la fuerza del viento que empuja y con la suavidad del río que acompaña; con la asombrosa certeza de que en sus ojos cabe el universo.

Quiero seguir creciendo con mi mujer, mi compañera de vida, esa que transforma cada día en algo extraordinario con su ternura, su optimismo, su mirada y su fuerza.

Quiero amarla cada día mejor, con menos premura y más detalles, con expresiones y gestos que no necesiten traducción.

Quiero que mi familia siga siendo el eje que lo sostiene todo, ese lugar donde los errores se perdonan y las alegrías se celebran.

Quiero más charlas alrededor de la mesa, más historias compartidas y más recuerdos que se conviertan en anclas para los días difíciles.

Quiero atesorar la dulzura de los recuerdos de quienes ya se han ido, sintiendo que su amor y su presencia siguen iluminando mi camino.

Quiero despedir el año agradeciendo cada segundo que he tenido con los míos, cada sonrisa, cada lección y cada muestra de cariño.

Al final, lo que quiero ahora es lo que siempre he querido: que mi vida esté llena de pequeños momentos y de grandes personas que me recuerden lo que de verdad merece la pena.

Y quiero seguir teniendo tiempo de calidad y en cantidad para seguir queriendo lo que quiero y a quienes quiero.

Eso es lo único que quiero.
Poco, quizá.
O tal vez, todo.

domingo, 15 de diciembre de 2024

FEEDBACK QUE NUTRE: "LA TÉCNICA DEL SÁNDWICH"


En el aula, como en la vida, las palabras no solo construyen mensajes, sino también puentes. Cuando corregimos a nuestros alumnos, no basta con señalar el error o pedir un cambio; necesitamos cuidar el cómo lo hacemos porque la retroalimentación, además de ser una herramienta pedagógica, es también un acto de empatía y conexión.

Hoy quiero hablar de una estrategia sencilla, pero poderosa para dar un feedback efectivo: la Técnica del Sándwich. Como un buen sándwich, esta técnica tiene tres capas: la primera, cálida y positiva; la segunda, constructiva y orientada a la mejora; y la tercera, amable y motivadora.

* Primera capa: el refuerzo positivo que alimenta la confianza.

Comencemos por lo positivo. En esta primera capa, reconocemos los esfuerzos y logros de nuestros alumnos. Este momento inicial no es un simple cumplido; es una declaración de aprecio sincero que refuerza lo que están haciendo bien.

Por ejemplo, si un alumno ha escrito un relato creativo con errores gramaticales, podríamos comenzar diciendo: “Me encanta cómo has desarrollado la historia, especialmente los personajes; son realmente interesantes y muestran mucha imaginación y creatividad por tu parte”.

Este inicio abre las puertas de la confianza. Al destacar lo positivo, nuestros alumnos se sienten vistos y valorados y esto los predispone a aceptar la retroalimentación sin miedo ni rechazo.

* Segunda capa: la crítica constructiva que invita al cambio.

La segunda capa es el corazón del sándwich: la crítica constructiva. Aquí señalamos áreas de mejora de manera concreta y respetuosa, dejando claro que nuestra intención es ayudar, no juzgar.

Siguiendo con el ejemplo anterior, podríamos continuar con algo como: “He notado que hay algunos aspectos gramaticales que podríamos corregir juntos. Si revisas cómo usas los tiempos verbales e incluyes algunos conectores temporales, tu historia será aún más sólida y fácil de leer”.

El lenguaje es clave: usemos siempre un tono alentador, evitando etiquetas o juicios. Hablar de “mejoras” en lugar de “errores” cambia la percepción del alumno, transformando la crítica en un reto asumible y motivador.

* Tercera capa: la gratitud que cierra con optimismo.

Para terminar, cerramos el feedback con una expresión de gratitud o halago, dejando al alumno con una sensación positiva y reforzando su motivación.

Podríamos concluir diciendo: “Gracias por compartir esta historia tan original conmigo. Estoy seguro de que si sigues así, podrás escribir relatos cada vez más fascinantes. ¡Sigue adelante, tienes mucho potencial!”.

Este cierre amable no solo refuerza el mensaje, sino que deja la puerta abierta para futuros intercambios. Es un recordatorio de que creemos en ellos y en su capacidad para mejorar. El poder de las expectativas siempre debe ser tenido en cuenta.


El impacto de un buen sándwich

La Técnica del Sándwich no es un truco vacío, es una forma estructurada de mostrar respeto y cuidado hacia nuestros alumnos mientras los guiamos en su aprendizaje. Al emplearla, logramos más que una corrección: fomentamos la autoestima, la autoconfianza y el deseo de mejorar.

Además, como docentes, esta técnica nos invita a reflexionar sobre nuestras propias palabras y cómo afectan a quienes nos escuchan.  No olvidemos que nuestras palabras son semillas que germinan en sus mentes y corazones.

¿Quieres alimentar su aprendizaje? ¡¡Prepárales un buen sandwich!!

Retroalimentar no es simplemente corregir; es inspirar, guiar y construir. Con esta sencilla técnica, transformamos un momento de corrección en una experiencia de aprendizaje significativa. Hemos de tener siempre presente que, en educación, como en la vida, los cambios más profundos nacen del respeto y de la confianza.

Os invito a probar esta técnica y a descubrir cómo un simple sándwich puede nutrir el aprendizaje y fortalecer los vínculos.

lunes, 2 de diciembre de 2024

¿ERES DOCENTE MOSCA O DOCENTE ABEJA?


Hay un dicho que dice y dice muy bien que existen dos tipos de personas:

- Las personas mosca🪰

Son aquellas que da igual el lugar tan bonito donde las pongas que siempre, siempre, siempre van a encontrar su pedacito de caca.

- Y las personas abeja🐝

Son aquellas que da igual el lugar tan feo donde las pongas que siempre, siempre, siempre van a encontrar la flor y la miel.


En cada rincón del mundo, podemos toparnos con estos dos tipos de personas que, como en la naturaleza, encuentran su espacio según su visión. Las personas mosca que, sin importar cuán radiante sea el jardín, siempre se enfocarán en el rincón menos grato, en las sombras. Las personas abeja que, incluso en un paraje árido, lograrán hallar esa flor que guarda la dulzura de la miel. Ambas viven en el mismo entorno, pero ven y perciben realidades muy distintas.

En educación, este contraste define el clima que reina en nuestras aulas y en nuestros centros escolares.

¿Seremos moscas que buscan problemas en cada esquina 
o abejas que detectan posibilidades en cada reto?

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos es que por más que la abeja le explique a la mosca que la flor es mejor que su pedacito de caca, esta no lo va a entender porque siempre ha vivido en ella. Por más que la abeja intente describir a la mosca la dulzura del néctar, esta no podrá llegar a hacerse una idea de dicho sabor. Su mundo, su hábito y su visión siempre la llevará a los lugares oscuros. Pues bien, de igual forma, en nuestros equipos docentes o entre nuestras familias, a menudo nos hallamos con quienes se quedan atrapados en lo negativo, en el fallo, en la crítica constante. 

Pero, ¿cómo podría cambiar la atmósfera de un centro educativo si todos decidiéramos ser abejas?

Ser abeja en educación significa buscar la flor donde parece no haberla. Es reconocer las pequeñas victorias: el alumno que finalmente se atreve a levantar la mano, ese niño que por fin y después de mucho esfuerzo aprende a dividir, el grupo que por primera vez trabaja unido o esa familia que, poco a poco, se acerca más a la escuela. Es también aceptar que, aunque la perfección no existe, el progreso constante es posible si nutrimos nuestro entorno con esperanza, optimismo y compromiso.

Los docentes abejas saben que cada niño es una flor en potencia. Ven en los desafíos oportunidades para crecer juntos, transformando los fracasos en aprendizaje. Estas abejas llevan la miel de la resiliencia y la creatividad a cada rincón del aula y en vez de dejarse llevar por las nubes grises, trabajan con ahínco hasta que el sol vuelva a salir. Esto no quiere decir que los docentes abeja ignoren los problemas, no lo hacen, pero eligen no quedarse atrapados en ellos; eligen buscar lo bueno, lo valioso y lo que merece ser celebrado. Estos docentes inspiran a sus alumnos a ver el lado positivo de las cosas, a buscar soluciones y a reconocer que, aunque no siempre se puede cambiar la realidad, sí se puede cambiar la manera en la que decidimos enfrentarnos a ella. 

Los docentes abeja enseñan con su ejemplo, mostrando que cada día tiene algo bueno que ofrecer si aprendemos a buscar y a ver las flores que nos rodean. Estos docentes no solo buscan flores en sus alumnos, también las buscan en sus compañeros y en las familias. Reconocen el valor de cada compañero, destacando sus fortalezas y aprendiendo de sus experiencias. Ellos saben que las familias, con sus luces y con sus sombras, son un pilar esencial para el aprendizaje y por este motivo cultivan la colaboración, tejen redes de apoyo y construyen comunidades educativas donde todos aportan su néctar. Son conscientes de que en la colmena educativa cada abeja cuenta.

Cuando decidimos ser abejas, nos volvemos arquitectos de climas positivos. Nuestro alumnado siente que sus esfuerzos son valorados y que sus errores son vistos como peldaños hacia el éxito. Las familias se convierten en aliadas y el aula deja de ser un espacio de control para ser un refugio donde todos tienen cabida.

🐝 ¡Seamos abejas! 🐝

Ser mosca es fácil, porque la queja y la crítica siempre encuentran su lugar, pero ser abeja requiere de mucha valentía. Es una invitación a transformar la rutina, a ver belleza donde otros ven monotonía, a creer en el potencial humano aun en los terrenos más difíciles. En nuestras manos está la decisión de cultivar esta actitud y contagiarla en nuestras comunidades educativas.

La próxima vez que veas una flor, recuerda: podemos ser moscas o abejas, pero solo quienes eligen el camino del optimismo y la colaboración logran cambiar el mundo o, al menos, su pedacito de mundo. 

Solo en una escuela llena de “abejas” podemos construir un mundo más amable, más fuerte y más lleno de posibilidades.

viernes, 22 de noviembre de 2024

CÓMO SER UNA ESCUELA SIN TEE (Trastorno Específico de Enseñanza) O SIN TDA (Trastorno por Déficit de Atención)


En un mundo lleno de ruido y distracciones, nuestras escuelas corren el riesgo de desarrollar lo que podría llamarse un Trastorno Específico de Enseñanza (TEE) o un Trastorno por Déficit de Atención (TDA). Sí, escuelas que enseñan mucho pero que logran que sus alumnos aprendan poco; escuelas que no logran centrarse en lo verdaderamente importante: los niños, sus necesidades, sus sueños y sus capacidades.

¿Cómo evitamos caer en estas trampas? ¿Cómo construimos un sistema educativo que, en lugar de enseñar tanto sin ton ni son, inspire a aprender mejor?

No debemos olvidar que nadie es tan grande que no pueda aprender, ni tan pequeño que no pueda enseñar. La enseñanza no es unidireccional; es un proceso compartido, un baile constante entre el saber y el descubrir, entre guiar y dejarse sorprender. Cuando un niño nos enseña cómo ve el mundo, nos regala una perspectiva nueva y fresca que nunca deberíamos ignorar y que siempre deberíamos aprovechar.

En nuestras aulas, la verdadera magia ocurre cuando escuchamos más allá del silencio, cuando vemos más allá de las notas de un examen. Cada alumno es un universo y, como buenos exploradores, debemos estar atentos para descubrir sus estrellas y constelaciones. No se trata de llenar sin más sus mentes de datos; se trata de encender en ellos la chispa del conocimiento. Hacer por hacer y sin parar a reflexionar no nos llevar a ningún lugar ni les permite aprender en condiciones. Reflexionemos, ya que la ciencia y la evidencia nos dice que un sistema educativo sobresaturado de información y que la transmite a alta velocidad atrofia la capacidad de concentración. Y también nos dice que la capacidad de concentración influye en el desarrollo de la inteligencia y de nuestras relaciones sociales, así como en el aprendizaje. ¿Entonces?

Para llegar a ser una escuela sin TEE o TDA hemos de ser conscientes de que la personalización y la inclusión no son modas, son imperativos éticos. No todos aprendemos al mismo ritmo ni de la misma manera y por ello es vital construir programas que abracen esta pluralidad. Una educación inclusiva no solo beneficia a los alumnos con necesidades específicas; enriquece a todos, pues nos enseña que la diferencia no divide, sino que fortalece​​; que la diversidad no es una dificultad, sino una oportunidad.

Nuestras escuelas no deben ser fábricas de contenidos, deben ser hogares de aprendizaje. Como educadores, tenemos la responsabilidad de ser guías atentos, observadores comprometidos y facilitadores del crecimiento personal e intelectual de nuestros alumnos. Más que enseñar, nuestro objetivo debe ser inspirar a aprender, crear entornos donde cada alumno encuentre su camino y su ritmo; entornos donde se sientan queridos y seguros para así poder evolucionar.

Cambiemos el foco. No seamos escuelas con TEE o con TDA; seamos escuelas con alma en las que el aprendizaje sea el verdadero protagonista. Porque al final, lo que realmente importa no es tanto cuánto enseñamos, sino cuánto aprenden nuestros alumnos.

sábado, 2 de noviembre de 2024

LA BUENA EDUCACIÓN, SIMPLEMENTE, DEBE SER VERDAD


El otro día, tomé un café con una madre de tres niños (ya adultos) de los que tuve la suerte de ser su tutor. Ella también es familia de acogida y me decía que el chico que tiene en acogida "va mejor o peor dependiendo del tutor que le toque cada curso escolar". Recuerdo que, después de intercambiar muchas ideas y opiniones, le comenté lo siguiente:

Que un alumno tenga un buen docente que le enseñe y le acompañe no debería ser cuestión de suerte, debería ser cuestión de justicia. Todo alumno se lo merece.

Y aquí estamos de nuevo para intentar escribir algo que tiene su origen en esta idea. Algo que tiene su origen en ese “algo” que le da sentido a todo, la educación.

A partir de aquí, he escrito escuchando esta pieza del gran Ludovico Einaudi:

Comenzaré con esta breve reflexión:

Si la educación es el porvenir y el alma de un pueblo,
¿podemos permitir que sea incierta?
¡La respuesta es no! La respuesta es que...

...LA BUENA EDUCACIÓN, SIMPLEMENTE, DEBE SER VERDAD

La buena educación no es cuestión de azar, es cuestión de justicia;
justicia que debe florecer en las aulas.

La buena educación no es cuestión de casualidad, es cuestión de causalidad;
causalidad proveniente de la reflexión y de la determinación.

La buena educación no es cuestión de probabilidad, es cuestión seguridad;
seguridad garantizada en cada mirada, gesto y palabra.
- -
La buena educación no es una lotería,
no es una moneda lanzada al viento,
ni la suerte que decide a quién le toca.

Es un derecho que nace en cada niño,
un compromiso que debe cumplirse,
una semilla que nunca se tiene que marchitar.
- -
La buena educación no es un golpe de fortuna,
es la causa que abre puertas,
es el cimiento de una comunidad justa,
es un faro que ilumina con equidad.
- -
La buena educación no puede depender
de lo imprevisible, del "quizás" o del "a lo mejor".
Es la certidumbre que todo niño merece,
Es intención, es acción.
Es raíz, tallo, flor y fruto.
Es la utopía de un mundo mejor,
el baluarte contra la ignorancia y la manipulación.
- -
La buena educación es un acto consciente,
es el respeto que moldea mentes despiertas,
es la brújula que orienta con precisión.
Es el pulso firme que alienta el crecimiento,
el suelo fértil donde germina el pensamiento.
- -
La buena educación no es una excepción
solo para unos pocos afortunados,
es para todos, sin distinciones,
es el motor que impulsa generaciones.
- -
La buena educación no puede depender de leyes;
leyes emanadas de venganzas electorales y de políticas enfrentadas,
ni tampoco de quién se cruce en el camino del niño.
Debe ser garantía y certeza.
- -
La buena educación no improvisa,
no se deja en manos del destino,
es el legado que la sociedad construye,
la base firme de toda humanidad.
- -
La buena educación es más que enseñanza,
es una promesa cumplida, 
un puente hacia el mañana,
Es el hilo invisible que nos une y que nuestro corazón reclama.
- -
La buena educación no es un favor,
es un compromiso firme,
es una deuda que no se puede aplazar.
- -
La buena educación es legítima
y cada paso en su ausencia deja puertas abiertas
a la injusticia, al abandono y a la desigualdad.

Es nuestra responsabilidad:
asegurar que cada niño reciba lo que merece,
que su futuro no penda del deseo pedido a una estrella fugaz.
- -
Pensemos en el poder que tenemos,
en el eco de cada decisión tomada o no tomada,
en que la buena educación no es un privilegio.

Porque, al final, la educación que brindamos
será el reflejo de quiénes somos como humanidad.

Y si queremos construir un futuro más justo
la buena educación, simplemente, debe ser verdad.


* Este post es para ti Mari y para tus maravillosos hijos: Marta, Judith y Guille.

miércoles, 23 de octubre de 2024

DOCENTES DORAEMON: CUANDO EL EXCESO APAGA EL APRENDIZAJE

En un mundo educativo donde parece que cada día surge una nueva metodología, un nuevo recurso tecnológico o una ley educativa más, nos enfrentamos al peligro de convertirnos en docentes con el "síndrome Doraemon". Como este famoso gato cósmico, sentimos la obligación y la necesidad de tener siempre a mano el más novedoso "cachivache" que resuelva cualquier situación, como si la educación dependiera únicamente de la última herramienta innovadora o del método pedagógico de moda.

Este "síndrome Doraemon" nos lleva a creer que cuantos más recursos y materiales tengamos para ofrecer, mejor será nuestro trabajo como docentes. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Saturar nuestras aulas y a nuestros alumnos con un exceso de herramientas y métodos no solo puede resultar contraproducente, sino que también puede generar una sobrecarga que asfixia tanto el proceso de enseñanza como el de aprendizaje. ¡Cuidado con los excesos en el ámbito educativo! Todo exceso suele manifestar una carencia. 

No voy a ser yo quien diga que en educación no es bueno disponer de muchos recursos, ¡claro que lo es! Eso sí, sirven cuando se hace uso de ellos con un propósito claro y en el momento adecuado. Los recursos son muy necesarios, pero más necesario es saber cuándo utilizarlos. Más vale poco para aplicar que mucho para adornar. 

Al igual que una planta que se marchita por recibir demasiada agua, la pirotecnia TPM (tecnológica, pedagógica y metodológica), lejos de enriquecer, puede apagar el verdadero potencial de nuestros alumnos e incluso el nuestro. No se trata de tenerlo todo, sino de saber usar lo que realmente importa y es útil. 

En nuestra búsqueda por ser docentes perfectos, capaces de atender cada necesidad y desafío con una solución instantánea, corremos el riesgo de perder de vista lo esencial: la conexión humana, la escucha activa, la atención a los ritmos individuales y la simplicidad que permite un aprendizaje más profundo y significativo.

No necesitamos ser maestros con un bolsillo mágico lleno de "cachivaches". No necesitamos ser los "Mozart" de la educación. Lo que realmente necesitamos es volver a lo básico: cultivar la paciencia, respetar los tiempos y ofrecer a nuestros alumnos las herramientas necesarias para que ellos mismos descubran, construyan y transformen su propio conocimiento.

Así que, en lugar de intentar ser docentes Doraemon, con recursos infinitos y soluciones para todo, busquemos ser docentes que acompañan a sus alumnos desde el conocimiento, la competencia y la evidencia; docentes que saben cuando dar un paso atrás y que permiten que sean sus alumnos quienes den un paso adelante para tomar la iniciativa; quienes aprendan a resolver, a equivocarse y a crecer. Solo así, podremos formar personas autónomas, críticas y verdaderamente preparadas para enfrentarse a los desafíos de la vida.

Este complejo de gato cósmico del que os hablo, muchas veces, nos lleva a pensar que más es mejor, sin darnos cuenta de que el verdadero aprendizaje florece y se enciende cuando dejamos el "bolsillo mágico" cerrado y abrimos nuestro corazón.

¿Te atreves a dejar de ser un docente Doraemon?

martes, 15 de octubre de 2024

DE "DOCENTE TORRE DE CONTROL" A "DOCENTE AVIÓN"

Imaginad el aula como un aeropuerto. Así he llegado yo hasta aquí para contaros lo que os voy a contar. 

Durante años, muchos docentes hemos asumido el rol de una "torre de control", desde donde supervisamos el despegue, el vuelo y el aterrizaje nuestros alumnos, dándoles instrucciones desde lejos y vigilando, con mirada atenta, sus trayectorias. Pero… ¿es esto lo que verdaderamente hoy necesita nuestro alumnado? Me gustaría proponeros un cambio de perspectiva: dejemos de ser "docentes torre de control" y convirtámonos en "docentes avión", que se elevan y sobrevuelan su aula para verla mejor, pero que también aterrizan en la mesa de aquellos que más lo necesitan en cada momento.

Un docente no puede quedarse siempre sentado, viendo cómo los alumnos avanzan solos por el aire haciendo actividades repetitivas y, en muchas ocasiones, descontextualizadas de un libro de texto sin más, como si todos tuvieran el mismo combustible, como si todos conocieran la ruta a la perfección. Cada uno vuela a una velocidad distinta, a una altitud diferente y con desafíos únicos. Es ahí, justo ahí, donde debemos transformarnos en docentes "avión", volar y aterrizar en el lugar preciso para ofrecer el apoyo adecuado.

La pedagogía del vuelo

Ser un "docente avión" significa estar en constante movimiento para adaptarse a las necesidades de cada niño. A veces, el alumno necesita volar en solitario, pero otras veces, requiere que descendamos para situarnos junto a él, para sentarnos en su "cabina" y para ayudarle a controlar las turbulencias del aprendizaje. No basta con observar desde la distancia; hace falta actuar con precisión, ofreciendo pequeñas dosis de atención, preguntas que despierten la reflexión y apoyo emocional para que pueda seguir su trayecto.

El arte de despegar y de aterrizar con propósito

El maestro que se mueve por el aula, que vuela y aterriza, no es el que "salva" al alumnado, es el que le enseña a ser autónomo. Acompañar no es hacer el trabajo por ellos, es ayudarles a encontrar las herramientas necesarias para despegar por sí mismos. Este rol de "piloto acompañante" promueve la autogestión y la reflexión crítica, habilidades esenciales para la vida presente y futura de cualquier persona.

Dejar de ser torre de control también implica una renuncia a la vieja idea de la que ya hablé en otros post, la idea del ABF (Aprendizaje Basado en Fichas) y del CAS (Culo Atornillado a la Silla) como única fuente de aprendizaje, como yugo que esclaviza nuestra manera de enseñar y su forma de aprender. El libro de texto no puede ser la única pista de despegue. Hay que diversificar y enriquecer, llevar al alumnado a explorar nuevos cielos, con experiencias vivenciales, proyectos y retos que no solo los mantengan ocupados, sino que les hagan sentir la brisa en la cara mientras avanzan.

El viento bajo sus alas

Nuestros alumnos, al igual que los aviones, necesitan el viento correcto para volar. Ese viento es el entorno emocional y pedagógico que los rodea, y como docentes, somos responsables de que lo reciban. Volar no es solo adquirir conocimientos, es también desarrollar habilidades sociales, emocionales y creativas. Por eso, cuando aterricemos en su mesa, no nos olvidemos nunca de preguntarles cómo se sienten, ya que un alumno que se siente bien aprende mejor; ya que cuando el corazón está tranquilo, el cerebro está más dispuesto y activo.


Dejemos de ser una torre que da órdenes desde las alturas y convirtámonos en ese avión que vuela junto a ellos, aterrizando cuando sea necesario, pero siempre permitiéndoles ser los pilotos de su vuelo; siempre enseñándoles a volar y a encontrar su propio horizonte.

Cuando lo hacemos bien, no solo guiamos el despegue, sino que les enseñamos a dominar los cielos por sí mismos y a aterrizar con seguridad. Así que, querido maestro, querida maestra, ajusta tus alas, respira profundo y vuela. ¡Tus alumnos te están esperando!

Educar es volar juntos y saber que el cielo no siempre es el límite.

jueves, 12 de septiembre de 2024

VER SUS ALAS, BUSCAR SU CIELO


He escrito este post escuchando este tema del pianista Ludovico Einaudi. Os recomiendo leerlo escuchándolo.


En cada aula, detrás de cada pupitre, se esconde un universo por desvelar. Nuestros alumnos son mucho más que notas y tareas; son almas que esperan ser vistas y oídas, que necesitan que alguien esté ahí para ayudarles a descubrir sus alas y para que puedan, en algún momento, alzar el vuelo. Pero... ¿cuántas veces nos detenemos lo suficiente como para realmente verlos? ¿Cuántas veces afinamos nuestros oídos para escuchar las melodías únicas que cada uno de ellos nos quiere tararear o cantar?

Cada día que pasa estoy más convencido de que la educación es un arte 
en manos de tejedores de alas y de exploradores de cielos. 

Cuando hablo de alas, me refiero a esas habilidades, a esos talentos innatos que cada niño trae consigo; son los sueños dibujados en los márgenes de un cuaderno, las ideas que florecen en una conversación al final de la clase, ese mensaje que escribirían en una cápsula del tiempo para su yo futuro. Nuestro deber como educadores es intentar percibir esas alas, apreciarlas en todo su esplendor y ayudarles a desplegarlas sin miedo.

Pero detectar sus alas no es suficiente; debemos buscar su cielo, crear esos espacios donde puedan volar y explorar sus propias capacidades. Para ello es necesario huir de la pirotecnia educativa de la que ya he hablado en otras ocasiones, esa que deslumbra, pero no alumbra​. No es cuestión de tener el aula llena de recursos infinitos, sino de disponer de aquellos que realmente sumen, que realmente conecten con ellos. Se trata de construir experiencias auténticas y significativas, donde cada alumno encuentre su propio ritmo y su propia música. Al final, lo más importante es cuánto de lo que aprenden los impulsa hacia adelante para acercarlos a ese momento único en el que los pies se despegan del suelo.

Eso sí, debemos ser conscientes de que educar para el vuelo no significa solo celebrar sus éxitos, sino también abrazar sus fracasos como parte del proceso de aprender a volar. Es ayudarlos a comprender que, al igual que en la vida, en el vuelo hay corrientes de aire que elevan y otras que empujan hacia abajo. Es mostrarles que tienen derecho a equivocarse y que en cada caída puede hallarse una lección escondida.

Para ver sus alas y buscar su cielo, debemos primero deshacernos de aquello que no nos permite percibir ni escuchar con claridad: el ruido de las evaluaciones que solo etiquetan y condenan​, la obsesión con lo inmediato y lo cuantificable, el miedo a no seguir el ritmo frenético de las tendencias educativas, la burocracia elevada e innecesaria... Aligeremos nuestra carga y enfoquémonos en lo esencial: en el ser humano que se sienta cada día frente y junto a nosotros, en esos ojos que nos miran esperando ser vistos y descubiertos.

Démosles y démonos la calma, el espacio y el tiempo necesario para que juntos podamos ver esas alas y buscar esos cielos; la calma, el espacio y el tiempo necesario para que cada uno pueda volar tan alto como sea capaz de volar; la calma, el espacio y el tiempo necesario para que cada uno se sienta valorado, escuchado y capaz; la calma, el espacio y el tiempo necesario para que vuelen su propio vuelo.

Si alguien ha de poner límites al cielo o techos sobre sus cabezas, ese no ha de ser nunca el maestro.

Ver sus alas,
buscar su cielo.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

MI NUEVO LIBRO - EDUCAR CON LAS OTRAS TIC: TIEMPO, INTERÉS Y CARIÑO


Me hace mucha ilusión compartir contigo que he publicado mi nuevo libro “Educar con las otras TIC: tiempo, interés y cariño” con la editorial Grijalbo.

Es un libro escrito con el corazón y en el que he desnudado mi alma. Un libro para docentes y familias con los pies en la tierra y la cabeza en las estrellas. Estoy feliz de que ya sea una realidad y de que ahora pueda ser tuyo y acompañarte.

El prólogo lo ha escrito Jorge Ruiz de Maldita Nerea y el epílogo Mar Romera. Dos seres maravillosos, dos grandes amigos a los que quiero y admiro. ¡Un regalo que estén a mi lado en este nuevo viaje!

Me gustaría dejarte claro que no he escrito este libro para convencerte de nada, sino simplemente para contarte todo aquello de lo que estoy plenamente convencido, para compartir contigo mi forma de ver la educación, entendiendo siempre que existen otras formas tan válidas o mejores que la mía. También porque, de una u otra manera, necesitaba leerlo.

He de confesar que empecé a escribir pensando principalmente en que los destinatarios de mis palabras fuesen los padres y los educadores, pero creo que todo lo que aquí hallarás es aplicable a cualquier ámbito de nuestras vidas y a cualquier profesión.

En estas páginas descubrirás que el secreto para educar con las otras TIC (tiempo, interés y cariño) no es otro que empezar a propagar lo que me gusta llamar el Efecto Purpurina, un efecto basado en el optimismo, en la búsqueda de soluciones, en el tiempo, en las emociones y en la confianza. Un efecto que contagia e ilumina.

Ya disponible en cualquier librería y plataforma online: