La tecnología avanza a una velocidad vertiginosa, como un tren que no se detiene. La Inteligencia Artificial es ahora su vagón más llamativo, lleno de promesas y de potencial. Sin embargo, sabemos que en ese trayecto también hay curvas cerradas y descensos vertiginosos. Ante este escenario, la escuela no puede actuar como un avestruz que esconde la cabeza bajo tierra, ignorando los desafíos que plantea esta tesitura. Debemos ser, más bien, los ingenieros que diseñan los guardarraíles de ese recorrido, marcando los límites que garantizan la seguridad y el viaje de nuestros alumnos.
Es fundamental recordar que el problema no reside en la tecnología misma, sino en el uso equivocado que a menudo hacemos de ella y en la falta de una clara regulación que proteja a la infancia hasta que estén capacitados para circular por estas carreteras. Eso sí, empecemos por el ejemplo. Los niños pocas veces escuchan lo que decimos, pero muchas veces miran lo que hacemos y lo que no hacemos. Se habla demasiado de la necesidad de quitar el móvil a los adolescentes y muy poco de lo beneficioso que sería empezar quitándoselo a los adultos.
La fascinación por lo digital no puede sustituir las experiencias humanas que nutren nuestra esencia: mirar a los ojos, tocar, dialogar, crear con las manos. La escuela debe ser ese espacio que, lejos de demonizar los avances tecnológicos, enseñe a utilizarlos, cuando llegue el momento (no antes), con criterio y responsabilidad.
Es fácil darse cuento que los algoritmos gobiernan gran parte de nuestra vida cotidiana. Nos sugieren qué ver, qué comprar, incluso qué pensar.
¿Cómo podemos proteger a las futuras generaciones para que no caigan en las trampas que estos esconden si no les explicamos cómo funcionan?
La educación en competencias digitales no es un lujo ni una asignatura más; es una necesidad urgente a la que nos debemos enfrentar.
Imagino una escuela que remanga sus mangas, que deja atrás la neutralidad cómoda y toma acción. Una escuela que no solo enseña a usar herramientas digitales, sino que forma mentes críticas capaces de analizar los contenidos que consumen. Una escuela que convierte a sus alumnos en usuarios responsables y no en víctimas pasivas de las pantallas.
Colocar guardarraíles a la tecnología y a la Inteligencia Artificial no significa rechazar su uso, sino encauzarlo. Es aprender a vivir con ellas sin perder nuestra humanidad. Es comprender que la IA, por muy inteligente que sea, nunca tendrá corazón; que su propósito debe ser complementarnos, ayudarnos, no reemplazarnos.
Como docentes, somos los responsables de diseñar estos límites. No podemos eludir nuestra tarea de educar en el mundo digital. Enseñar a nuestros alumnos a cuestionar lo que ven, a distinguir información de desinformación, a resistir la tentación de la inmediatez que todo lo promete, pero que poco ofrece.
Nuestros alumnos necesitan un equilibrio entre lo humano y lo digital, entre el mundo físico y el virtual. Necesitan aprender que, detrás de cada clic, hay una decisión; y que no todas las decisiones son inocuas. Por eso, debemos guiarlos, ayudarlos a entender que la tecnología puede ser una herramienta poderosa, pero también un arma peligrosa si no se usa correctamente y si se empieza a utilizar cuando sus cerebros no están preparados para ello.
Los guardarraíles que propongo no son rígidos, pero nos ayudan a poner los límites necesarios que marca el sentido común. Son guías que les permitirán explorar el mundo digital sin caer en sus abismos. Son luces (cortas, largas y antiniebla) que les ayudarán a distinguir el camino correcto entre las tinieblas de la sobreinformación y el brillo artificial de las pantallas.
Construyamos una escuela valiente, crítica y humana. Una escuela que, más allá de enseñar a usar herramientas, enseñe a usarlas bien cuando llegue el momento de hacerlo. Una escuela que forme a las mentes que, en el futuro, construirán nuevos caminos, nuevos trenes y horizontes.
Nuestro papel no es prepararlos para que sigan el trayecto, sino para que, algún día, sean ellos quienes diseñen los suyos propios.
Eso sí, no me gustaría finalizar este post sin antes aportar 10 ejemplos prácticos de cómo empezar a crear estos guardarraíles en la escuela en esta era digital que estamos transitando:
1. Educación en pensamiento crítico sobre algoritmos:
Introducir talleres donde los alumnos exploren cómo funcionan los algoritmos y por qué las plataformas digitales nos recomiendan ciertos productos, vídeos o noticias. Por ejemplo, se podría analizar cómo YouTube o TikTok priorizan determinados contenidos, reflexionando sobre cómo esto influye en nuestras decisiones y gustos. Una actividad podría consistir en crear un "algoritmo ficticio" que ellos mismos diseñen, explicando qué factores priorizarían si fueran programadores.
2. Charlas y debates sobre ética digital:
Crear espacios de diálogo para discutir temas como la privacidad, la desinformación y el impacto de la tecnología en nuestras relaciones. Por ejemplo, analizar casos reales de noticias falsas, rastrear su origen y debatir las consecuencias de su difusión. Otro tema clave podría ser la inteligencia artificial: ¿es ética su aplicación en ciertos ámbitos? ¿Cuáles son sus riesgos?
3. Aprender a gestionar la identidad digital:
Incluir en el currículo sesiones prácticas sobre cómo cuidar su huella digital. Enseñarles a proteger sus datos personales, configurar adecuadamente la privacidad en redes sociales y entender que todo lo que publican deja una marca permanente. Una actividad práctica podría ser auditar juntos perfiles ficticios de redes sociales, evaluando qué información podría ser peligrosa compartir y qué imagen proyecta.
4. Fomentar el uso creativo de la tecnología:
Utilizar herramientas tecnológicas para proyectos que combinen lo digital con lo humano. Por ejemplo, diseñar un blog de aula, un cortometraje o un podcast, donde los alumnos aprendan a producir contenido significativo y no solo consumirlo. Esto les ayuda a comprender que las tecnologías no son solo entretenimiento, sino también medios para crear, comunicar y compartir ideas con propósito.
5. Desarrollar competencias digitales a través de retos colaborativos:
Diseñar actividades como "Escape rooms digitales" donde los alumnos tengan que resolver enigmas utilizando herramientas tecnológicas, evaluando la calidad de fuentes, colaborando en línea y respetando las normas éticas del uso digital. Estas experiencias enseñan a manejar la tecnología a la vez que les ayuda a trabajar en equipo y a tomar decisiones informadas.
6. Implementar pausas tecnológicas conscientes:
Enseñar a los alumnos a equilibrar el tiempo frente a las pantallas con actividades analógicas. Crear horarios o dinámicas como "x horas sin pantallas" durante el día, invitándolos a reflexionar sobre cómo se sienten antes y después de desconectarse. Relacionar esto con la importancia de descansar para evitar la fatiga digital y mejorar la atención.
7. Formación docente continua en tecnología e IA:
Los guardarraíles no pueden construirse si los docentes no están preparados. Ofrecer formación constante sobre herramientas digitales, análisis crítico de contenidos y nuevas aplicaciones de la IA es imprescindible. Esto nos permitirá a los profesores guiar con seguridad a nuestros alumnos, utilizando ejemplos reales y estrategias prácticas en el aula.
8. Proyectos de alfabetización mediática con las familias:
La educación digital debe incluir a las familias como aliadas. Organizar talleres donde padres e hijos aprendan juntos sobre el uso responsable de las tecnologías, reconociendo señales de abuso digital o desinformación. Una actividad práctica podría ser un "Desafío familiar sin pantallas" o “Fin de semana pantallas 0”, donde se animen a encontrar alternativas a la tecnología durante un fin de semana y reflexionen sobre la experiencia.
9. Evaluaciones diversificadas para evitar el abuso tecnológico:
Diseñar evaluaciones y actividades que no dependan exclusivamente de plataformas digitales o aplicaciones. Aunque estas herramientas son útiles, es crucial mantener un equilibrio que no convierta la tecnología en el único medio para demostrar aprendizajes. Incluir tareas prácticas, debates, juegos o proyectos artísticos que complementen las evidencias digitales.
10. Promover valores digitales:
Establecer un código de ética digital en la escuela que todos conozcan y respeten, enfatizando la importancia del respeto, la empatía y la responsabilidad en el uso de las tecnologías. Este código puede incluir compromisos concretos, como no compartir información falsa, no publicar nada sin consentimiento y no usar dispositivos en horarios no permitidos.
Estos diez simples ejemplos son algunos de los posibles rieles que garantizarán un trayecto seguro y enriquecedor en el uso de la tecnología y de la IA, ayudando a que los alumnos las vean como herramientas que potencian sus capacidades en lugar de limitar su humanidad.
¡¡Eduquemos con IN (Inteligencia Natural)!!