Hay un dicho que dice y dice muy bien que existen dos tipos de personas:
- Las personas mosca: 🪰
Son aquellas que da igual el lugar tan bonito donde las pongas que siempre, siempre, siempre van a encontrar su pedacito de caca.
- Y las personas abeja: 🐝
Son aquellas que da igual el lugar tan feo donde las pongas que siempre, siempre, siempre van a encontrar la flor y la miel.
En cada rincón del mundo, podemos toparnos con estos dos tipos de personas que, como en la naturaleza, encuentran su espacio según su visión. Las personas mosca que, sin importar cuán radiante sea el jardín, siempre se enfocarán en el rincón menos grato, en las sombras. Las personas abeja que, incluso en un paraje árido, lograrán hallar esa flor que guarda la dulzura de la miel. Ambas viven en el mismo entorno, pero ven y perciben realidades muy distintas.
¿Seremos moscas que buscan problemas en cada esquina
o abejas que detectan posibilidades en cada reto?
Uno de los problemas a los que nos enfrentamos es que por más que la abeja le explique a la mosca que la flor es mejor que su pedacito de caca, esta no lo va a entender porque siempre ha vivido en ella. Por más que la abeja intente describir a la mosca la dulzura del néctar, esta no podrá llegar a hacerse una idea de dicho sabor. Su mundo, su hábito y su visión siempre la llevará a los lugares oscuros. Pues bien, de igual forma, en nuestros equipos docentes o entre nuestras familias, a menudo nos hallamos con quienes se quedan atrapados en lo negativo, en el fallo, en la crítica constante.
Pero, ¿cómo podría cambiar la atmósfera de un centro educativo si todos decidiéramos ser abejas?
Ser abeja en educación significa buscar la flor donde parece no haberla. Es reconocer las pequeñas victorias: el alumno que finalmente se atreve a levantar la mano, ese niño que por fin y después de mucho esfuerzo aprende a dividir, el grupo que por primera vez trabaja unido o esa familia que, poco a poco, se acerca más a la escuela. Es también aceptar que, aunque la perfección no existe, el progreso constante es posible si nutrimos nuestro entorno con esperanza, optimismo y compromiso.
Los docentes abejas saben que cada niño es una flor en potencia. Ven en los desafíos oportunidades para crecer juntos, transformando los fracasos en aprendizaje. Estas abejas llevan la miel de la resiliencia y la creatividad a cada rincón del aula y en vez de dejarse llevar por las nubes grises, trabajan con ahínco hasta que el sol vuelva a salir. Esto no quiere decir que los docentes abeja ignoren los problemas, no lo hacen, pero eligen no quedarse atrapados en ellos; eligen buscar lo bueno, lo valioso y lo que merece ser celebrado. Estos docentes inspiran a sus alumnos a ver el lado positivo de las cosas, a buscar soluciones y a reconocer que, aunque no siempre se puede cambiar la realidad, sí se puede cambiar la manera en la que decidimos enfrentarnos a ella.
Los docentes abeja enseñan con su ejemplo, mostrando que cada día tiene algo bueno que ofrecer si aprendemos a buscar y a ver las flores que nos rodean. Estos docentes no solo buscan flores en sus alumnos, también las buscan en sus compañeros y en las familias. Reconocen el valor de cada compañero, destacando sus fortalezas y aprendiendo de sus experiencias. Ellos saben que las familias, con sus luces y con sus sombras, son un pilar esencial para el aprendizaje y por este motivo cultivan la colaboración, tejen redes de apoyo y construyen comunidades educativas donde todos aportan su néctar. Son conscientes de que en la colmena educativa cada abeja cuenta.
Cuando decidimos ser abejas, nos volvemos arquitectos de climas positivos. Nuestro alumnado siente que sus esfuerzos son valorados y que sus errores son vistos como peldaños hacia el éxito. Las familias se convierten en aliadas y el aula deja de ser un espacio de control para ser un refugio donde todos tienen cabida.
🐝 ¡Seamos abejas! 🐝
Ser mosca es fácil, porque la queja y la crítica siempre encuentran su lugar, pero ser abeja requiere de mucha valentía. Es una invitación a transformar la rutina, a ver belleza donde otros ven monotonía, a creer en el potencial humano aun en los terrenos más difíciles. En nuestras manos está la decisión de cultivar esta actitud y contagiarla en nuestras comunidades educativas.
La próxima vez que veas una flor, recuerda: podemos ser moscas o abejas, pero solo quienes eligen el camino del optimismo y la colaboración logran cambiar el mundo o, al menos, su pedacito de mundo.