He escrito este post escuchando esta pieza de Ludovico Einaudi. Os recomiendo leerlo con ella de fondo:
¿No ocurre algo similar en la vida y, más aún, en la educación?
Nosotros, como docentes, acompañamos a nuestros alumnos en su proceso de formación. Ellos también se enfrentan a distintas adversidades: un problema matemático que no pueden resolver, una palabra que no comprenden, un error que les frustra, una amistad que no se asienta... Y al igual que lo que ocurre con las ostras, cada desafío puede convertirse en una oportunidad para generar algo hermoso y valioso.
La clave está en cómo abordamos esas pequeñas "arenas" de la vida. Si protegemos a nuestros alumnos de cualquier incomodidad, si eliminamos todo obstáculo de su camino, les negamos la posibilidad de aprender a transformarse y de superarse. La sobreprotección no genera perlas; genera fragilidad. Es nuestra responsabilidad enseñarles que los errores no son el final del aprendizaje, sino el comienzo de un proceso lleno de posibilidades.
En nuestras aulas, debemos crear un ambiente en el que se valore el esfuerzo y se reconozca que del fallo nacen los aprendizajes más duraderos. ¿Qué sería de la ostra sin esa partícula intrusa? De igual modo, ¿qué sería de nuestros alumnos sin la oportunidad de enfrentarse a sus propios retos?
Transformar el error en aprendizaje es como recubrir un grano de arena con nácar: requiere tiempo, paciencia y dedicación. Debemos enseñarles que no es malo equivocarse, que cada intento fallido puede ser una capa más que los acerca a ser esa "perla" que brilla con su propia luz; esa perla que cada uno guarda en su interior. En palabras de Don Quijote: "no hay otro yo en el mundo" y resulta que en nuestras aulas habitan muchos "yoes" únicos que merecen ser acompañados en este proceso con cuidado y respeto.
Por lo tanto, hagamos de nuestras clases un espacio donde las adversidades no sean temidas, sino abrazadas. Construyamos una pedagogía de la perseverancia, donde lo importante no sea evitar la dificultad, sino aprender a navegarla con confianza y creatividad. Que nuestros alumnos descubran que pueden ser artífices de su propia belleza, capaces de convertir los desafíos en oportunidades, las caídas en aprendizajes y las dudas en certezas.
En educación, como en la vida, no se trata de evitar o de limpiar las piedras que nuestros alumnos se encontrarán en el camino; se trata de aprender a caminar sobre ellas; de saber que son esas piedras las que les van a permitir construir puentes para llegar aún más lejos. Sigamos inspirándolos para que se atrevan abrazar sus imperfecciones, a celebrar sus esfuerzos y a reconocer que, en el fondo, las dificultades que se encuentren en su largo caminar no son más que semillas que les ofrecen la valiosa oportunidad de seguir creciendo y aprendiendo.
Si queremos crear perlas que iluminen el mundo, aprendamos de las ostras estas dos simples lecciones:
1. Valorar el error como oportunidad: en lugar de juzgarlo y sancionarlo, utilicémoslo como herramienta de aprendizaje. Cada fallo es una capa de nácar que fortalece el crecimiento de nuestros alumnos.
2. Fomentar la resiliencia: ayudémosles a enfrentarse a los desafíos con paciencia y tenacidad, enseñándoles que los contratiempos que les surjan pueden transformarse en algo valioso si se afrontan con una actitud adecuada.
Sé que esto de aprender de las ostras suena raro, ¿verdad?, pero, muchas veces, el aprendizaje puede hallarse en los lugares más insospechados.
* Este post se lo dedico a mi admirada y buena amiga Anna Forés.
A ella le oí hablar de ostras y de perlas, de adversidades y de aprendizajes.
¡Gracias, Anna!