lunes, 9 de junio de 2025

DE SESIONES DE “DEVALUACIÓN” A VERDADERAS SESIONES DE EVALUACIÓN: CLAVES PARA QUE SEAN ÚTILES Y TRANSFORMADORAS


Las sesiones de evaluación deberían ser una oportunidad para mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje, para compartir miradas y construir estrategias que acompañen al alumnado. Sin embargo, en muchos centros educativos, estas reuniones acaban convirtiéndose en una sucesión de etiquetas, diagnósticos rápidos y comentarios negativos que no conducen a ninguna mejora real.

La evaluación es mucho más que una calificación, mucho más que dar una opinión. Es un acto profesional, ético y colectivo. Evaluar no es solo ver lo que falta, sino comprender el punto de partida, valorar el progreso y trazar caminos posibles para seguir avanzando; y también valorar aquello en lo que se destaca. Por este motivo, es fundamental transformar estas sesiones en espacios verdaderamente útiles y transformadores.

Estos podrían ser algunos de los errores comunes que podemos cometer en las sesiones de evaluación:

1. Centrar la conversación exclusivamente en las notas:

Cuando todo gira en torno a los números, se pierde de vista el proceso. Las notas son un síntoma, no el diagnóstico completo. El rendimiento académico debe analizarse a la luz de múltiples factores: el contexto, la evolución, los intereses, las oportunidades.

2. Repetir comentarios negativos sin análisis ni propuestas:

Expresiones como “no hace nada”, “siempre está despistado” o “no se esfuerza” son frecuentes, pero vacías si no se acompañan de una reflexión sobre el porqué, sobre los motivos. Además, estas frases tienden a etiquetar al alumno y dificultan el diseño de respuestas educativas útiles.

3. Falta de estrategias concretas para la mejora:

Es habitual señalar problemas sin generar acciones. Si no hay una propuesta pedagógica asociada a la observación, la evaluación se convierte en una simple queja.

4. Monopolio de la palabra por parte de unos pocos docentes:

En muchas reuniones, una o dos voces dominan la conversación, mientras que el resto del equipo se limita a asentir o a permanecer callado. Esto empobrece la visión del alumno y reduce las posibilidades de encontrar soluciones conjuntas.

5. Uso de un lenguaje poco profesional y respetuoso:

La forma en que hablamos sobre el alumnado revela nuestra ética profesional. Comentarios despectivos, chismes personales o valoraciones que entran en lo íntimo o en lo familiar sin sustento ni necesidad pedagógica no tienen cabida en un espacio docente. Hablar de los alumnos exige respeto, el mismo respeto que tendríamos si ellos o sus familiares estuvieran presentes. En estas sesiones pregúntate: ¿Permitiría que hablen así de mi hijo, primo o sobrino? Si la respuesta es no, alza la voz, pasa a la acción y busca una solución.


Ahora os propongo cinco ideas clave para transformar las sesiones de evaluación:

1. Convertir las sesiones en espacios de reflexión colectiva:

Proponer dinámicas que permitan abrir la conversación, compartir perspectivas y construir un relato común. Una buena práctica es iniciar la reunión con una ronda de fortalezas, donde cada docente señale una evolución positiva o una cualidad destacable de su grupo o de un alumno concreto.

2. Utilizar rúbricas o criterios comunes de seguimiento:

Diseñar entre todos indicadores observables que guíen la evaluación más allá del rendimiento académico: autonomía, participación, convivencia, expresión oral, esfuerzo, etc. Esto permite objetivar la observación y facilita la comparación de momentos evolutivos.

3. Revisar evidencias de aprendizaje, no solo notas de exámenes:

Llevar a la sesión materiales reales: cuadernos, grabaciones, presentaciones, rúbricas de autoevaluación, etc. Esto permite un análisis más profundo y matizado del proceso. Hay vida y aprendizaje más allá de la PIE (Prueba Individual Escrita) que suele aparecer a partir de 3º de Primaria o de la FSA (Ficha Sin Ayuda) que solemos hacer en cursos como 1º o 2º de Primaria.

4. Proponer acuerdos pedagógicos concretos para cada alumno que consideremos o clase:

No basta con decir “tiene que mejorar”. Hay que formular acuerdos claros: “hablaremos con su familia para reforzar hábitos de estudio”, “le ofreceré una rúbrica simplificada”, “trabajaremos por parejas para mejorar su motivación”, etc.

5. Fomentar la corresponsabilidad y el trabajo en equipo:

Evitemos frases como “eso le toca al tutor” o “en mi asignatura no tengo problema”. La educación es tarea de todos y todos debemos implicarnos en la mejora del alumnado.


Estas son algunas herramientas que nos pueden ayudar en este proceso:

• Tablas colaborativas con observaciones cualitativas:

Antes de la reunión, cada docente puede completar una hoja compartida donde anote fortalezas, dificultades y sugerencias por alumno y/o clase. Esto optimiza el tiempo y da orden a la conversación.

• Protocolos de reflexión docente:

Preguntas como “¿Qué ha cambiado desde la última evaluación?”, “¿Qué funcionó bien con este grupo?” o “¿Qué necesita este alumno para avanzar?” ayudan a estructurar un diálogo productivo.

• Recursos visuales colaborativos (Padlet, Wakelet, Genially...):

Pueden servir para plasmar acuerdos, visualizar compromisos, proponer ideas o construir mapas de intervención pedagógica.


Y no me gustaría terminar este artículo sin decir alto y claro que el lenguaje también educa y que es muy importante el cómo hablamos del alumnado.

Uno de los aspectos más descuidados, pero más importantes en las sesiones de evaluación es el lenguaje que usamos. Frases como “es un caso perdido”, “es problemático”, “no tiene remedio” o “es como su madre” no solo son irrespetuosas, sino que perpetúan prejuicios, desvalorizan la labor docente y pueden tener consecuencias muy negativas si llegan a familias o alumnos.

Bajo mi punto de vista, es esencial que todo el equipo docente:

• Use un lenguaje respetuoso y profesional, centrado en hechos y observaciones pedagógicas.

• Evite etiquetas y generalizaciones que reduzcan al alumno a un único comportamiento.

• No entre en comentarios personales sobre familias o contextos que no estén directamente relacionados con lo educativo.

• Asuma que cada alumno es un sujeto en proceso y que nuestra responsabilidad es acompañar, no juzgar.

Las sesiones de evaluación son un acto pedagógico colectivo. No se llevan a cabo para emitir juicios ni para repartir notas; se llevan a cabo para analizar, comprender, proponer y mejorar. Si cambiamos el lenguaje, si centramos la mirada en el proceso, si priorizamos el respeto y si fomentamos el trabajo en equipo, las reuniones de evaluación pueden convertirse en uno de los momentos más valiosos de nuestra tarea como docentes.

Te animo a que en tu próxima sesión de evaluación:

• Propongas iniciar con una ronda de fortalezas.

• Cuides tu lenguaje: piensa si lo que vas a decir construye o destruye.

• Lleves una propuesta concreta para cada alumno del que hables.

• Pregunta a tus compañeros: “¿Cómo podemos ayudarle juntos?”.

Creo firmemente que una evaluación bien hecha no transforma solo al alumnado, 
también transforma al equipo docente y, en consecuencia, a toda la escuela.

martes, 27 de mayo de 2025

LLENAR MENOS INFORMES Y MÁS CORAZONES



He escrito este post escuchando esta pieza de Ludovico Einaudi. Os recomiendo leerlo con ella de fondo:


Mirar más allá de los papeles,
priorizar a las personas,
llenar menos informes
y más corazones.

Creo que en educación hay una verdad que a menudo olvidamos en medio del ruido de la burocracia: los papeles no sienten, pero las personas sí. En este torbellino de informes, programas, programaciones, actas, sesiones y reuniones, hemos llegado a confundir la finalidad con los medios, cargando nuestras manos (y ordenadores) de hojas y documentos mientras nuestras miradas se alejan de esos rostros; de esos ojos que realmente importan y necesitan ser apreciados.

Educar no es simplemente cumplir con un expediente o con un registro; educar es estar presente y cumplir con quienes realmente debemos cumplir, con nuestros alumnos. Educar es mirarlos no como si fueran un dato, sino como lo que son, un latido único e irrepetible. Deberíamos recordarlo cada vez que el peso de los papeles amenace con encorvarnos y con alejarnos de lo importante de nuestra labor; cada vez que el virus "BERE" (Burocracia Excesiva y Ratio Elevada) nos haga dudar de cuál es el verdadero Norte de nuestra labor. 

Los informes son necesarios, sí, pero nunca deberían ser más grandes que nuestros y sus corazones ni más importantes que las historias de vida que nos cuentan quienes llenan nuestras aulas. 

¿Papeles e informes? Sí, claro, pero los justos e indispensables.

A menudo nos vemos en la tesitura de elegir entre dos pes: Papeles o Personas:

Si quedan 20 actividades sin hacer, tienes eso, 20 actividades sin hacer.

Si quedan 20 papeles sin rellenar, tienes eso, 20 papeles sin rellenar.

Pero… si quedan 20 ojos sin ver, tienes 10 corazones sin atender.

Tú eliges.

Nuestra tarea docente se asemeja a un árbol que florece. Su tronco son las relaciones humanas y esas raíces profundas que conectan con cada alumno, pero últimamente, parece que regamos más las ramas del papeleo que las raíces del vínculo y del afecto. Y como ya dije en otra ocasión en otro post aquí publicado: hasta una planta puede morir de tanta agua que le das si no atiendes lo esencial.

Llenar corazones significa priorizar lo intangible: la mirada llena comprensión, la palabra que alienta, el silencio que escucha... No se trata de huir del trabajo administrativo, se trata simple y llanamente de darle la relevancia que se merece en su justa medida; de priorizar más la pedagogía del corazón que la pedagogía del archivo.

La educación pierde su esencia cuando los verbos "documentar" y "registrar" 
superan a los verbos "acompañar" y "enseñar".

Vivimos en una época de pirotecnia tecnológica, pedagógica y metodológica, que mucho deslumbra, pero que poco alumbra​. Cada innovación, cada nueva ley educativa que tienen a bien regalarnos en cada legislatura parece exigirnos más registros, más evidencias, más justificaciones, más papeleo vacuo. Sin embargo, olvidamos que el aprendizaje no siempre cabe en un gráfico ni se mide en porcentajes y calificaciones. Hay aprendizajes que solo se sienten y que ningún informe podrá capturar. 

Hablando de innovación, yo lo tengo claro: innovar es respetar la diversidad de ritmos de aprendizajes de cada uno de nuestros alumnos; innovar es conseguir o, al menos, intentar que ninguno se quede atrás. ¡Ojo! En educación, la innovación no está en la metodología o en la tecnología (que a veces disfraza de innovación cosas que no lo son), está en nuestra manera de mirar a nuestros alumnos día a día. Innovar no debería ser nunca adornar, saturar o maquillar para que todo siga igual. Y creo que, en estos momentos, muchas de las cosas a las que estamos llamando innovación van en esta línea.

Una buena clase no necesita de mil cacharros y artilugios, necesita eso sí de un docente presente y consciente, capaz de mirar más allá de los estándares y los exámenes​. Enseñar no es un acto distante y mecánico; es un acto profundamente cercano y humano. Por este motivo, toda innovación, todo cambio, toda mejora empieza por ahí, por un docente que está y por un docente conocedor de sus propios actos y de sus consecuencias.

Si nos detenemos un momento, quizás nos demos cuenta de una gran realidad: nuestros alumnos no recordarán los informes que rellenamos, recordarán la forma en que los hicimos sentir y las formas en las que les permitimos aprender. Recordarán al maestro que creyó en ellos, que supo verlos cuando ni ellos mismos lograban hacerlo; recordarán a ese maestro que les ayudó a ser el mejor niño que ese niño podía ser.

Por eso, abogo por un cambio en nuestra forma de enseñar y de evaluar, una pedagogía que priorice el aprendizaje real sobre el cumplimiento formal​. Una pedagogía que valore más el esfuerzo y la evolución que la memorización instantánea para vomitarla en un examen. Una pedagogía que nos permita dedicar más tiempo a llenar vidas de sentido que a llenar carpetas con archivos

Cambiemos nuestra perspectiva; 
que la evaluación sea un puente, no una barrera; 
que el currículo sea un mapa, no una prisión; 
que nuestra labor sea siempre sinónimo de esperanza 
para nuestros alumnos y para la sociedad.

Miremos más allá de los papeles. Demos prioridad a las personas y como he dicho al principio, llenemos menos informes y más corazones.

martes, 28 de enero de 2025

EDUCANDO CON IN (INTELIGENCIA NATURAL): LÍMITES HUMANOS EN LA ERA DIGITAL


La tecnología avanza a una velocidad vertiginosa, como un tren que no se detiene. La Inteligencia Artificial es ahora su vagón más llamativo, lleno de promesas y de potencial. Sin embargo, sabemos que en ese trayecto también hay curvas cerradas y descensos vertiginosos. Ante este escenario, la escuela no puede actuar como un avestruz que esconde la cabeza bajo tierra, ignorando los desafíos que plantea esta tesitura. Debemos ser, más bien, los ingenieros que diseñan los guardarraíles de ese recorrido, marcando los límites que garantizan la seguridad y el viaje de nuestros alumnos.

Es fundamental recordar que el problema no reside en la tecnología misma, sino en el uso equivocado que a menudo hacemos de ella y en la falta de una clara regulación que proteja a la infancia hasta que estén capacitados para circular por estas carreteras. Eso sí, empecemos por el ejemplo. Los niños pocas veces escuchan lo que decimos, pero muchas veces miran lo que hacemos y lo que no hacemos. Se habla demasiado de la necesidad de quitar el móvil a los adolescentes y muy poco de lo beneficioso que sería empezar quitándoselo a los adultos.

La fascinación por lo digital no puede sustituir las experiencias humanas que nutren nuestra esencia: mirar a los ojos, tocar, dialogar, crear con las manos. La escuela debe ser ese espacio que, lejos de demonizar los avances tecnológicos, enseñe a utilizarlos, cuando llegue el momento (no antes), con criterio y responsabilidad.

Es fácil darse cuento que los algoritmos gobiernan gran parte de nuestra vida cotidiana. Nos sugieren qué ver, qué comprar, incluso qué pensar.

¿Cómo podemos proteger a las futuras generaciones para que no caigan en las trampas que estos esconden si no les explicamos cómo funcionan?

La educación en competencias digitales no es un lujo ni una asignatura más; es una necesidad urgente a la que nos debemos enfrentar.

Imagino una escuela que remanga sus mangas, que deja atrás la neutralidad cómoda y toma acción. Una escuela que no solo enseña a usar herramientas digitales, sino que forma mentes críticas capaces de analizar los contenidos que consumen. Una escuela que convierte a sus alumnos en usuarios responsables y no en víctimas pasivas de las pantallas.

Colocar guardarraíles a la tecnología y a la Inteligencia Artificial no significa rechazar su uso, sino encauzarlo. Es aprender a vivir con ellas sin perder nuestra humanidad. Es comprender que la IA, por muy inteligente que sea, nunca tendrá corazón; que su propósito debe ser complementarnos, ayudarnos, no reemplazarnos.

Como docentes, somos los responsables de diseñar estos límites. No podemos eludir nuestra tarea de educar en el mundo digital. Enseñar a nuestros alumnos a cuestionar lo que ven, a distinguir información de desinformación, a resistir la tentación de la inmediatez que todo lo promete, pero que poco ofrece.

Nuestros alumnos necesitan un equilibrio entre lo humano y lo digital, entre el mundo físico y el virtual. Necesitan aprender que, detrás de cada clic, hay una decisión; y que no todas las decisiones son inocuas. Por eso, debemos guiarlos, ayudarlos a entender que la tecnología puede ser una herramienta poderosa, pero también un arma peligrosa si no se usa correctamente y si se empieza a utilizar cuando sus cerebros no están preparados para ello.

Los guardarraíles que propongo no son rígidos, pero nos ayudan a poner los límites necesarios que marca el sentido común. Son guías que les permitirán explorar el mundo digital sin caer en sus abismos. Son luces (cortas, largas y antiniebla) que les ayudarán a distinguir el camino correcto entre las tinieblas de la sobreinformación y el brillo artificial de las pantallas.

Construyamos una escuela valiente, crítica y humana. Una escuela que, más allá de enseñar a usar herramientas, enseñe a usarlas bien cuando llegue el momento de hacerlo. Una escuela que forme a las mentes que, en el futuro, construirán nuevos caminos, nuevos trenes y horizontes.

Nuestro papel no es prepararlos para que sigan el trayecto, sino para que, algún día, sean ellos quienes diseñen los suyos propios.

Eso sí, no me gustaría finalizar este post sin antes aportar 10 ejemplos prácticos de cómo empezar a crear estos guardarraíles en la escuela en esta era digital que estamos transitando:

1. Educación en pensamiento crítico sobre algoritmos:

Introducir talleres donde los alumnos exploren cómo funcionan los algoritmos y por qué las plataformas digitales nos recomiendan ciertos productos, vídeos o noticias. Por ejemplo, se podría analizar cómo YouTube o TikTok priorizan determinados contenidos, reflexionando sobre cómo esto influye en nuestras decisiones y gustos. Una actividad podría consistir en crear un "algoritmo ficticio" que ellos mismos diseñen, explicando qué factores priorizarían si fueran programadores.

2. Charlas y debates sobre ética digital:

Crear espacios de diálogo para discutir temas como la privacidad, la desinformación y el impacto de la tecnología en nuestras relaciones. Por ejemplo, analizar casos reales de noticias falsas, rastrear su origen y debatir las consecuencias de su difusión. Otro tema clave podría ser la inteligencia artificial: ¿es ética su aplicación en ciertos ámbitos? ¿Cuáles son sus riesgos?

3. Aprender a gestionar la identidad digital:

Incluir en el currículo sesiones prácticas sobre cómo cuidar su huella digital. Enseñarles a proteger sus datos personales, configurar adecuadamente la privacidad en redes sociales y entender que todo lo que publican deja una marca permanente. Una actividad práctica podría ser auditar juntos perfiles ficticios de redes sociales, evaluando qué información podría ser peligrosa compartir y qué imagen proyecta.

4. Fomentar el uso creativo de la tecnología:

Utilizar herramientas tecnológicas para proyectos que combinen lo digital con lo humano. Por ejemplo, diseñar un blog de aula, un cortometraje o un podcast, donde los alumnos aprendan a producir contenido significativo y no solo consumirlo. Esto les ayuda a comprender que las tecnologías no son solo entretenimiento, sino también medios para crear, comunicar y compartir ideas con propósito.

5. Desarrollar competencias digitales a través de retos colaborativos:

Diseñar actividades como "Escape rooms digitales" donde los alumnos tengan que resolver enigmas utilizando herramientas tecnológicas, evaluando la calidad de fuentes, colaborando en línea y respetando las normas éticas del uso digital. Estas experiencias enseñan a manejar la tecnología a la vez que les ayuda a trabajar en equipo y a tomar decisiones informadas.

6. Implementar pausas tecnológicas conscientes:

Enseñar a los alumnos a equilibrar el tiempo frente a las pantallas con actividades analógicas. Crear horarios o dinámicas como "x horas sin pantallas" durante el día, invitándolos a reflexionar sobre cómo se sienten antes y después de desconectarse. Relacionar esto con la importancia de descansar para evitar la fatiga digital y mejorar la atención.

7. Formación docente continua en tecnología e IA:

Los guardarraíles no pueden construirse si los docentes no están preparados. Ofrecer formación constante sobre herramientas digitales, análisis crítico de contenidos y nuevas aplicaciones de la IA es imprescindible. Esto nos permitirá a los profesores guiar con seguridad a nuestros alumnos, utilizando ejemplos reales y estrategias prácticas en el aula.

8. Proyectos de alfabetización mediática con las familias:

La educación digital debe incluir a las familias como aliadas. Organizar talleres donde padres e hijos aprendan juntos sobre el uso responsable de las tecnologías, reconociendo señales de abuso digital o desinformación. Una actividad práctica podría ser un "Desafío familiar sin pantallas" o “Fin de semana pantallas 0”, donde se animen a encontrar alternativas a la tecnología durante un fin de semana y reflexionen sobre la experiencia.

9. Evaluaciones diversificadas para evitar el abuso tecnológico:

Diseñar evaluaciones y actividades que no dependan exclusivamente de plataformas digitales o aplicaciones. Aunque estas herramientas son útiles, es crucial mantener un equilibrio que no convierta la tecnología en el único medio para demostrar aprendizajes. Incluir tareas prácticas, debates, juegos o proyectos artísticos que complementen las evidencias digitales.

10. Promover valores digitales:

Establecer un código de ética digital en la escuela que todos conozcan y respeten, enfatizando la importancia del respeto, la empatía y la responsabilidad en el uso de las tecnologías. Este código puede incluir compromisos concretos, como no compartir información falsa, no publicar nada sin consentimiento y no usar dispositivos en horarios no permitidos.


Estos diez simples ejemplos son algunos de los posibles rieles que garantizarán un trayecto seguro y enriquecedor en el uso de la tecnología y de la IA, ayudando a que los alumnos las vean como herramientas que potencian sus capacidades en lugar de limitar su humanidad.

¡¡Eduquemos con IN (Inteligencia Natural)!!

Diseñemos los guardarraíles necesarios para establecer límites humanos en la Era Digital.

miércoles, 8 de enero de 2025

LO QUE LOS DOCENTES PODEMOS APRENDER DE LAS OSTRAS


He escrito este post escuchando esta pieza de Ludovico Einaudi. Os recomiendo leerlo con ella de fondo:


En el corazón del océano, una ostra encuentra una intrusa: una partícula de arena, un pequeño trozo de concha. Ese grano extraño es incómodo, incluso doloroso, pero en lugar de rendirse ante el malestar, la ostra comienza un proceso asombroso: recubre esa intrusión con nácar, capa tras capa, hasta transformarla en una joya luminosa y perfecta. Así nacen las perlas, fruto de la resistencia y de la adaptación. 

¿No ocurre algo similar en la vida y, más aún, en la educación?

Nosotros, como docentes, acompañamos a nuestros alumnos en su proceso de formación. Ellos también se enfrentan a distintas adversidades: un problema matemático que no pueden resolver, una palabra que no comprenden, un error que les frustra, una amistad que no se asienta... Y al igual que lo que ocurre con las ostras, cada desafío puede convertirse en una oportunidad para generar algo hermoso y valioso.

La clave está en cómo abordamos esas pequeñas "arenas" de la vida. Si protegemos a nuestros alumnos de cualquier incomodidad, si eliminamos todo obstáculo de su camino, les negamos la posibilidad de aprender a transformarse y de superarse. La sobreprotección no genera perlas; genera fragilidad. Es nuestra responsabilidad enseñarles que los errores no son el final del aprendizaje, sino el comienzo de un proceso lleno de posibilidades.

En nuestras aulas, debemos crear un ambiente en el que se valore el esfuerzo y se reconozca que del fallo nacen los aprendizajes más duraderos. ¿Qué sería de la ostra sin esa partícula intrusa? De igual modo, ¿qué sería de nuestros alumnos sin la oportunidad de enfrentarse a sus propios retos?

Transformar el error en aprendizaje es como recubrir un grano de arena con nácar: requiere tiempo, paciencia y dedicación. Debemos enseñarles que no es malo equivocarse, que cada intento fallido puede ser una capa más que los acerca a ser esa "perla" que brilla con su propia luz; esa perla que cada uno guarda en su interior. En palabras de Don Quijote: "no hay otro yo en el mundo" y resulta que en nuestras aulas habitan muchos "yoes" únicos que merecen ser acompañados en este proceso con cuidado y respeto.

Por lo tanto, hagamos de nuestras clases un espacio donde las adversidades no sean temidas, sino abrazadas. Construyamos una pedagogía de la perseverancia, donde lo importante no sea evitar la dificultad, sino aprender a navegarla con confianza y creatividad. Que nuestros alumnos descubran que pueden ser artífices de su propia belleza, capaces de convertir los desafíos en oportunidades, las caídas en aprendizajes y las dudas en certezas.

En educación, como en la vida, no se trata de evitar o de limpiar las piedras que nuestros alumnos se encontrarán en el camino; se trata de aprender a caminar sobre ellas; de saber que son esas piedras las que les van a permitir construir puentes para llegar aún más lejos. Sigamos inspirándolos para que se atrevan abrazar sus imperfecciones, a celebrar sus esfuerzos y a reconocer que, en el fondo, las dificultades que se encuentren en su largo caminar no son más que semillas que les ofrecen la valiosa oportunidad de seguir creciendo y aprendiendo.

Si queremos crear perlas que iluminen el mundo, aprendamos de las ostras estas dos simples lecciones:

1. Valorar el error como oportunidad: en lugar de juzgarlo y sancionarlo, utilicémoslo como herramienta de aprendizaje. Cada fallo es una capa de nácar que fortalece el crecimiento de nuestros alumnos.

2. Fomentar la resiliencia: ayudémosles a enfrentarse a los desafíos con paciencia y tenacidad, enseñándoles que los contratiempos que les surjan pueden transformarse en algo valioso si se afrontan con una actitud adecuada.

Sé que esto de aprender de las ostras suena raro, ¿verdad?, pero, muchas veces, el aprendizaje puede hallarse en los lugares más insospechados.

* Este post se lo dedico a mi admirada y buena amiga Anna Forés. 
A ella le oí hablar de ostras y de perlas, de adversidades y de aprendizajes. 
¡Gracias, Anna!

martes, 31 de diciembre de 2024

QUERIDO 2025: QUIERO...


Querido 2025:

Quiero... 

Quiero la sencillez de las cosas que importan.

Quiero despedir el año con gratitud, sin cuentas pendientes ni reproches.

Quiero días sin prisas, abrazos sin horarios, palabras que pesen más que el ruido.

Quiero más silencios compartidos y menos explicaciones vacías.

Quiero reír hasta que me duelan las mejillas, llorar cuando haga falta y saber que ambas son formas de estar vivo.

Quiero caminar sin rumbo, disfrutar del sol cuando asome y bailar bajo la lluvia.

Quiero libros que me hagan pensar, música que me erice la piel y conversaciones que nunca quieran acabar.

Quiero valor para decir "te quiero" más veces y para pedir perdón cuando sea necesario.

Quiero despedir este año recordando lo bueno, aprendiendo de lo malo y guardando cada instante en el rincón de lo irremplazable.

Quiero que el reloj con mis hijas se detenga, que sus risas sean el eco que me guíe y que sus brazos sigan siendo el refugio más seguro.

Quiero aprender de ellas cada día: de su manera de mirar el mundo, de su curiosidad infinita y de su capacidad para convertir lo cotidiano en algo mágico.

Quiero quererlas cada minuto como si fuera el primero; con la fuerza del viento que empuja y con la suavidad del río que acompaña; con la asombrosa certeza de que en sus ojos cabe el universo.

Quiero seguir creciendo con mi mujer, mi compañera de vida, esa que transforma cada día en algo extraordinario con su ternura, su optimismo, su mirada y su fuerza.

Quiero amarla cada día mejor, con menos premura y más detalles, con expresiones y gestos que no necesiten traducción.

Quiero que mi familia siga siendo el eje que lo sostiene todo, ese lugar donde los errores se perdonan y las alegrías se celebran.

Quiero más charlas alrededor de la mesa, más historias compartidas y más recuerdos que se conviertan en anclas para los días difíciles.

Quiero atesorar la dulzura de los recuerdos de quienes ya se han ido, sintiendo que su amor y su presencia siguen iluminando mi camino.

Quiero despedir el año agradeciendo cada segundo que he tenido con los míos, cada sonrisa, cada lección y cada muestra de cariño.

Al final, lo que quiero ahora es lo que siempre he querido: que mi vida esté llena de pequeños momentos y de grandes personas que me recuerden lo que de verdad merece la pena.

Y quiero seguir teniendo tiempo de calidad y en cantidad para seguir queriendo lo que quiero y a quienes quiero.

Eso es lo único que quiero.
Poco, quizá.
O tal vez, todo.

domingo, 15 de diciembre de 2024

FEEDBACK QUE NUTRE: "LA TÉCNICA DEL SÁNDWICH"


En el aula, como en la vida, las palabras no solo construyen mensajes, sino también puentes. Cuando corregimos a nuestros alumnos, no basta con señalar el error o pedir un cambio; necesitamos cuidar el cómo lo hacemos porque la retroalimentación, además de ser una herramienta pedagógica, es también un acto de empatía y conexión.

Hoy quiero hablar de una estrategia sencilla, pero poderosa para dar un feedback efectivo: la Técnica del Sándwich. Como un buen sándwich, esta técnica tiene tres capas: la primera, cálida y positiva; la segunda, constructiva y orientada a la mejora; y la tercera, amable y motivadora.

* Primera capa: el refuerzo positivo que alimenta la confianza.

Comencemos por lo positivo. En esta primera capa, reconocemos los esfuerzos y logros de nuestros alumnos. Este momento inicial no es un simple cumplido; es una declaración de aprecio sincero que refuerza lo que están haciendo bien.

Por ejemplo, si un alumno ha escrito un relato creativo con errores gramaticales, podríamos comenzar diciendo: “Me encanta cómo has desarrollado la historia, especialmente los personajes; son realmente interesantes y muestran mucha imaginación y creatividad por tu parte”.

Este inicio abre las puertas de la confianza. Al destacar lo positivo, nuestros alumnos se sienten vistos y valorados y esto los predispone a aceptar la retroalimentación sin miedo ni rechazo.

* Segunda capa: la crítica constructiva que invita al cambio.

La segunda capa es el corazón del sándwich: la crítica constructiva. Aquí señalamos áreas de mejora de manera concreta y respetuosa, dejando claro que nuestra intención es ayudar, no juzgar.

Siguiendo con el ejemplo anterior, podríamos continuar con algo como: “He notado que hay algunos aspectos gramaticales que podríamos corregir juntos. Si revisas cómo usas los tiempos verbales e incluyes algunos conectores temporales, tu historia será aún más sólida y fácil de leer”.

El lenguaje es clave: usemos siempre un tono alentador, evitando etiquetas o juicios. Hablar de “mejoras” en lugar de “errores” cambia la percepción del alumno, transformando la crítica en un reto asumible y motivador.

* Tercera capa: la gratitud que cierra con optimismo.

Para terminar, cerramos el feedback con una expresión de gratitud o halago, dejando al alumno con una sensación positiva y reforzando su motivación.

Podríamos concluir diciendo: “Gracias por compartir esta historia tan original conmigo. Estoy seguro de que si sigues así, podrás escribir relatos cada vez más fascinantes. ¡Sigue adelante, tienes mucho potencial!”.

Este cierre amable no solo refuerza el mensaje, sino que deja la puerta abierta para futuros intercambios. Es un recordatorio de que creemos en ellos y en su capacidad para mejorar. El poder de las expectativas siempre debe ser tenido en cuenta.


El impacto de un buen sándwich

La Técnica del Sándwich no es un truco vacío, es una forma estructurada de mostrar respeto y cuidado hacia nuestros alumnos mientras los guiamos en su aprendizaje. Al emplearla, logramos más que una corrección: fomentamos la autoestima, la autoconfianza y el deseo de mejorar.

Además, como docentes, esta técnica nos invita a reflexionar sobre nuestras propias palabras y cómo afectan a quienes nos escuchan.  No olvidemos que nuestras palabras son semillas que germinan en sus mentes y corazones.

¿Quieres alimentar su aprendizaje? ¡¡Prepárales un buen sandwich!!

Retroalimentar no es simplemente corregir; es inspirar, guiar y construir. Con esta sencilla técnica, transformamos un momento de corrección en una experiencia de aprendizaje significativa. Hemos de tener siempre presente que, en educación, como en la vida, los cambios más profundos nacen del respeto y de la confianza.

Os invito a probar esta técnica y a descubrir cómo un simple sándwich puede nutrir el aprendizaje y fortalecer los vínculos.

lunes, 2 de diciembre de 2024

¿ERES DOCENTE MOSCA O DOCENTE ABEJA?


Hay un dicho que dice y dice muy bien que existen dos tipos de personas:

- Las personas mosca🪰

Son aquellas que da igual el lugar tan bonito donde las pongas que siempre, siempre, siempre van a encontrar su pedacito de caca.

- Y las personas abeja🐝

Son aquellas que da igual el lugar tan feo donde las pongas que siempre, siempre, siempre van a encontrar la flor y la miel.


En cada rincón del mundo, podemos toparnos con estos dos tipos de personas que, como en la naturaleza, encuentran su espacio según su visión. Las personas mosca que, sin importar cuán radiante sea el jardín, siempre se enfocarán en el rincón menos grato, en las sombras. Las personas abeja que, incluso en un paraje árido, lograrán hallar esa flor que guarda la dulzura de la miel. Ambas viven en el mismo entorno, pero ven y perciben realidades muy distintas.

En educación, este contraste define el clima que reina en nuestras aulas y en nuestros centros escolares.

¿Seremos moscas que buscan problemas en cada esquina 
o abejas que detectan posibilidades en cada reto?

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos es que por más que la abeja le explique a la mosca que la flor es mejor que su pedacito de caca, esta no lo va a entender porque siempre ha vivido en ella. Por más que la abeja intente describir a la mosca la dulzura del néctar, esta no podrá llegar a hacerse una idea de dicho sabor. Su mundo, su hábito y su visión siempre la llevará a los lugares oscuros. Pues bien, de igual forma, en nuestros equipos docentes o entre nuestras familias, a menudo nos hallamos con quienes se quedan atrapados en lo negativo, en el fallo, en la crítica constante. 

Pero, ¿cómo podría cambiar la atmósfera de un centro educativo si todos decidiéramos ser abejas?

Ser abeja en educación significa buscar la flor donde parece no haberla. Es reconocer las pequeñas victorias: el alumno que finalmente se atreve a levantar la mano, ese niño que por fin y después de mucho esfuerzo aprende a dividir, el grupo que por primera vez trabaja unido o esa familia que, poco a poco, se acerca más a la escuela. Es también aceptar que, aunque la perfección no existe, el progreso constante es posible si nutrimos nuestro entorno con esperanza, optimismo y compromiso.

Los docentes abejas saben que cada niño es una flor en potencia. Ven en los desafíos oportunidades para crecer juntos, transformando los fracasos en aprendizaje. Estas abejas llevan la miel de la resiliencia y la creatividad a cada rincón del aula y en vez de dejarse llevar por las nubes grises, trabajan con ahínco hasta que el sol vuelva a salir. Esto no quiere decir que los docentes abeja ignoren los problemas, no lo hacen, pero eligen no quedarse atrapados en ellos; eligen buscar lo bueno, lo valioso y lo que merece ser celebrado. Estos docentes inspiran a sus alumnos a ver el lado positivo de las cosas, a buscar soluciones y a reconocer que, aunque no siempre se puede cambiar la realidad, sí se puede cambiar la manera en la que decidimos enfrentarnos a ella. 

Los docentes abeja enseñan con su ejemplo, mostrando que cada día tiene algo bueno que ofrecer si aprendemos a buscar y a ver las flores que nos rodean. Estos docentes no solo buscan flores en sus alumnos, también las buscan en sus compañeros y en las familias. Reconocen el valor de cada compañero, destacando sus fortalezas y aprendiendo de sus experiencias. Ellos saben que las familias, con sus luces y con sus sombras, son un pilar esencial para el aprendizaje y por este motivo cultivan la colaboración, tejen redes de apoyo y construyen comunidades educativas donde todos aportan su néctar. Son conscientes de que en la colmena educativa cada abeja cuenta.

Cuando decidimos ser abejas, nos volvemos arquitectos de climas positivos. Nuestro alumnado siente que sus esfuerzos son valorados y que sus errores son vistos como peldaños hacia el éxito. Las familias se convierten en aliadas y el aula deja de ser un espacio de control para ser un refugio donde todos tienen cabida.

🐝 ¡Seamos abejas! 🐝

Ser mosca es fácil, porque la queja y la crítica siempre encuentran su lugar, pero ser abeja requiere de mucha valentía. Es una invitación a transformar la rutina, a ver belleza donde otros ven monotonía, a creer en el potencial humano aun en los terrenos más difíciles. En nuestras manos está la decisión de cultivar esta actitud y contagiarla en nuestras comunidades educativas.

La próxima vez que veas una flor, recuerda: podemos ser moscas o abejas, pero solo quienes eligen el camino del optimismo y la colaboración logran cambiar el mundo o, al menos, su pedacito de mundo. 

Solo en una escuela llena de “abejas” podemos construir un mundo más amable, más fuerte y más lleno de posibilidades.

viernes, 22 de noviembre de 2024

CÓMO SER UNA ESCUELA SIN TEE (Trastorno Específico de Enseñanza) O SIN TDA (Trastorno por Déficit de Atención)


En un mundo lleno de ruido y distracciones, nuestras escuelas corren el riesgo de desarrollar lo que podría llamarse un Trastorno Específico de Enseñanza (TEE) o un Trastorno por Déficit de Atención (TDA). Sí, escuelas que enseñan mucho pero que logran que sus alumnos aprendan poco; escuelas que no logran centrarse en lo verdaderamente importante: los niños, sus necesidades, sus sueños y sus capacidades.

¿Cómo evitamos caer en estas trampas? ¿Cómo construimos un sistema educativo que, en lugar de enseñar tanto sin ton ni son, inspire a aprender mejor?

No debemos olvidar que nadie es tan grande que no pueda aprender, ni tan pequeño que no pueda enseñar. La enseñanza no es unidireccional; es un proceso compartido, un baile constante entre el saber y el descubrir, entre guiar y dejarse sorprender. Cuando un niño nos enseña cómo ve el mundo, nos regala una perspectiva nueva y fresca que nunca deberíamos ignorar y que siempre deberíamos aprovechar.

En nuestras aulas, la verdadera magia ocurre cuando escuchamos más allá del silencio, cuando vemos más allá de las notas de un examen. Cada alumno es un universo y, como buenos exploradores, debemos estar atentos para descubrir sus estrellas y constelaciones. No se trata de llenar sin más sus mentes de datos; se trata de encender en ellos la chispa del conocimiento. Hacer por hacer y sin parar a reflexionar no nos llevar a ningún lugar ni les permite aprender en condiciones. Reflexionemos, ya que la ciencia y la evidencia nos dice que un sistema educativo sobresaturado de información y que la transmite a alta velocidad atrofia la capacidad de concentración. Y también nos dice que la capacidad de concentración influye en el desarrollo de la inteligencia y de nuestras relaciones sociales, así como en el aprendizaje. ¿Entonces?

Para llegar a ser una escuela sin TEE o TDA hemos de ser conscientes de que la personalización y la inclusión no son modas, son imperativos éticos. No todos aprendemos al mismo ritmo ni de la misma manera y por ello es vital construir programas que abracen esta pluralidad. Una educación inclusiva no solo beneficia a los alumnos con necesidades específicas; enriquece a todos, pues nos enseña que la diferencia no divide, sino que fortalece​​; que la diversidad no es una dificultad, sino una oportunidad.

Nuestras escuelas no deben ser fábricas de contenidos, deben ser hogares de aprendizaje. Como educadores, tenemos la responsabilidad de ser guías atentos, observadores comprometidos y facilitadores del crecimiento personal e intelectual de nuestros alumnos. Más que enseñar, nuestro objetivo debe ser inspirar a aprender, crear entornos donde cada alumno encuentre su camino y su ritmo; entornos donde se sientan queridos y seguros para así poder evolucionar.

Cambiemos el foco. No seamos escuelas con TEE o con TDA; seamos escuelas con alma en las que el aprendizaje sea el verdadero protagonista. Porque al final, lo que realmente importa no es tanto cuánto enseñamos, sino cuánto aprenden nuestros alumnos.

sábado, 2 de noviembre de 2024

LA BUENA EDUCACIÓN, SIMPLEMENTE, DEBE SER VERDAD


El otro día, tomé un café con una madre de tres niños (ya adultos) de los que tuve la suerte de ser su tutor. Ella también es familia de acogida y me decía que el chico que tiene en acogida "va mejor o peor dependiendo del tutor que le toque cada curso escolar". Recuerdo que, después de intercambiar muchas ideas y opiniones, le comenté lo siguiente:

Que un alumno tenga un buen docente que le enseñe y le acompañe no debería ser cuestión de suerte, debería ser cuestión de justicia. Todo alumno se lo merece.

Y aquí estamos de nuevo para intentar escribir algo que tiene su origen en esta idea. Algo que tiene su origen en ese “algo” que le da sentido a todo, la educación.

A partir de aquí, he escrito escuchando esta pieza del gran Ludovico Einaudi:

Comenzaré con esta breve reflexión:

Si la educación es el porvenir y el alma de un pueblo,
¿podemos permitir que sea incierta?
¡La respuesta es no! La respuesta es que...

...LA BUENA EDUCACIÓN, SIMPLEMENTE, DEBE SER VERDAD

La buena educación no es cuestión de azar, es cuestión de justicia;
justicia que debe florecer en las aulas.

La buena educación no es cuestión de casualidad, es cuestión de causalidad;
causalidad proveniente de la reflexión y de la determinación.

La buena educación no es cuestión de probabilidad, es cuestión seguridad;
seguridad garantizada en cada mirada, gesto y palabra.
- -
La buena educación no es una lotería,
no es una moneda lanzada al viento,
ni la suerte que decide a quién le toca.

Es un derecho que nace en cada niño,
un compromiso que debe cumplirse,
una semilla que nunca se tiene que marchitar.
- -
La buena educación no es un golpe de fortuna,
es la causa que abre puertas,
es el cimiento de una comunidad justa,
es un faro que ilumina con equidad.
- -
La buena educación no puede depender
de lo imprevisible, del "quizás" o del "a lo mejor".
Es la certidumbre que todo niño merece,
Es intención, es acción.
Es raíz, tallo, flor y fruto.
Es la utopía de un mundo mejor,
el baluarte contra la ignorancia y la manipulación.
- -
La buena educación es un acto consciente,
es el respeto que moldea mentes despiertas,
es la brújula que orienta con precisión.
Es el pulso firme que alienta el crecimiento,
el suelo fértil donde germina el pensamiento.
- -
La buena educación no es una excepción
solo para unos pocos afortunados,
es para todos, sin distinciones,
es el motor que impulsa generaciones.
- -
La buena educación no puede depender de leyes;
leyes emanadas de venganzas electorales y de políticas enfrentadas,
ni tampoco de quién se cruce en el camino del niño.
Debe ser garantía y certeza.
- -
La buena educación no improvisa,
no se deja en manos del destino,
es el legado que la sociedad construye,
la base firme de toda humanidad.
- -
La buena educación es más que enseñanza,
es una promesa cumplida, 
un puente hacia el mañana,
Es el hilo invisible que nos une y que nuestro corazón reclama.
- -
La buena educación no es un favor,
es un compromiso firme,
es una deuda que no se puede aplazar.
- -
La buena educación es legítima
y cada paso en su ausencia deja puertas abiertas
a la injusticia, al abandono y a la desigualdad.

Es nuestra responsabilidad:
asegurar que cada niño reciba lo que merece,
que su futuro no penda del deseo pedido a una estrella fugaz.
- -
Pensemos en el poder que tenemos,
en el eco de cada decisión tomada o no tomada,
en que la buena educación no es un privilegio.

Porque, al final, la educación que brindamos
será el reflejo de quiénes somos como humanidad.

Y si queremos construir un futuro más justo
la buena educación, simplemente, debe ser verdad.


* Este post es para ti Mari y para tus maravillosos hijos: Marta, Judith y Guille.

miércoles, 23 de octubre de 2024

DOCENTES DORAEMON: CUANDO EL EXCESO APAGA EL APRENDIZAJE

En un mundo educativo donde parece que cada día surge una nueva metodología, un nuevo recurso tecnológico o una ley educativa más, nos enfrentamos al peligro de convertirnos en docentes con el "síndrome Doraemon". Como este famoso gato cósmico, sentimos la obligación y la necesidad de tener siempre a mano el más novedoso "cachivache" que resuelva cualquier situación, como si la educación dependiera únicamente de la última herramienta innovadora o del método pedagógico de moda.

Este "síndrome Doraemon" nos lleva a creer que cuantos más recursos y materiales tengamos para ofrecer, mejor será nuestro trabajo como docentes. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Saturar nuestras aulas y a nuestros alumnos con un exceso de herramientas y métodos no solo puede resultar contraproducente, sino que también puede generar una sobrecarga que asfixia tanto el proceso de enseñanza como el de aprendizaje. ¡Cuidado con los excesos en el ámbito educativo! Todo exceso suele manifestar una carencia. 

No voy a ser yo quien diga que en educación no es bueno disponer de muchos recursos, ¡claro que lo es! Eso sí, sirven cuando se hace uso de ellos con un propósito claro y en el momento adecuado. Los recursos son muy necesarios, pero más necesario es saber cuándo utilizarlos. Más vale poco para aplicar que mucho para adornar. 

Al igual que una planta que se marchita por recibir demasiada agua, la pirotecnia TPM (tecnológica, pedagógica y metodológica), lejos de enriquecer, puede apagar el verdadero potencial de nuestros alumnos e incluso el nuestro. No se trata de tenerlo todo, sino de saber usar lo que realmente importa y es útil. 

En nuestra búsqueda por ser docentes perfectos, capaces de atender cada necesidad y desafío con una solución instantánea, corremos el riesgo de perder de vista lo esencial: la conexión humana, la escucha activa, la atención a los ritmos individuales y la simplicidad que permite un aprendizaje más profundo y significativo.

No necesitamos ser maestros con un bolsillo mágico lleno de "cachivaches". No necesitamos ser los "Mozart" de la educación. Lo que realmente necesitamos es volver a lo básico: cultivar la paciencia, respetar los tiempos y ofrecer a nuestros alumnos las herramientas necesarias para que ellos mismos descubran, construyan y transformen su propio conocimiento.

Así que, en lugar de intentar ser docentes Doraemon, con recursos infinitos y soluciones para todo, busquemos ser docentes que acompañan a sus alumnos desde el conocimiento, la competencia y la evidencia; docentes que saben cuando dar un paso atrás y que permiten que sean sus alumnos quienes den un paso adelante para tomar la iniciativa; quienes aprendan a resolver, a equivocarse y a crecer. Solo así, podremos formar personas autónomas, críticas y verdaderamente preparadas para enfrentarse a los desafíos de la vida.

Este complejo de gato cósmico del que os hablo, muchas veces, nos lleva a pensar que más es mejor, sin darnos cuenta de que el verdadero aprendizaje florece y se enciende cuando dejamos el "bolsillo mágico" cerrado y abrimos nuestro corazón.

¿Te atreves a dejar de ser un docente Doraemon?