jueves, 12 de septiembre de 2024

VER SUS ALAS, BUSCAR SU CIELO


He escrito este post escuchando este tema del pianista Ludovico Einaudi. Os recomiendo leerlo escuchándolo.


En cada aula, detrás de cada pupitre, se esconde un universo por desvelar. Nuestros alumnos son mucho más que notas y tareas; son almas que esperan ser vistas y oídas, que necesitan que alguien esté ahí para ayudarles a descubrir sus alas y para que puedan, en algún momento, alzar el vuelo. Pero... ¿cuántas veces nos detenemos lo suficiente como para realmente verlos? ¿Cuántas veces afinamos nuestros oídos para escuchar las melodías únicas que cada uno de ellos nos quiere tararear o cantar?

Cada día que pasa estoy más convencido de que la educación es un arte 
en manos de tejedores de alas y de exploradores de cielos. 

Cuando hablo de alas, me refiero a esas habilidades, a esos talentos innatos que cada niño trae consigo; son los sueños dibujados en los márgenes de un cuaderno, las ideas que florecen en una conversación al final de la clase, ese mensaje que escribirían en una cápsula del tiempo para su yo futuro. Nuestro deber como educadores es intentar percibir esas alas, apreciarlas en todo su esplendor y ayudarles a desplegarlas sin miedo.

Pero detectar sus alas no es suficiente; debemos buscar su cielo, crear esos espacios donde puedan volar y explorar sus propias capacidades. Para ello es necesario huir de la pirotecnia educativa de la que ya he hablado en otras ocasiones, esa que deslumbra, pero no alumbra​. No es cuestión de tener el aula llena de recursos infinitos, sino de disponer de aquellos que realmente sumen, que realmente conecten con ellos. Se trata de construir experiencias auténticas y significativas, donde cada alumno encuentre su propio ritmo y su propia música. Al final, lo más importante es cuánto de lo que aprenden los impulsa hacia adelante para acercarlos a ese momento único en el que los pies se despegan del suelo.

Eso sí, debemos ser conscientes de que educar para el vuelo no significa solo celebrar sus éxitos, sino también abrazar sus fracasos como parte del proceso de aprender a volar. Es ayudarlos a comprender que, al igual que en la vida, en el vuelo hay corrientes de aire que elevan y otras que empujan hacia abajo. Es mostrarles que tienen derecho a equivocarse y que en cada caída puede hallarse una lección escondida.

Para ver sus alas y buscar su cielo, debemos primero deshacernos de aquello que no nos permite percibir ni escuchar con claridad: el ruido de las evaluaciones que solo etiquetan y condenan​, la obsesión con lo inmediato y lo cuantificable, el miedo a no seguir el ritmo frenético de las tendencias educativas, la burocracia elevada e innecesaria... Aligeremos nuestra carga y enfoquémonos en lo esencial: en el ser humano que se sienta cada día frente y junto a nosotros, en esos ojos que nos miran esperando ser vistos y descubiertos.

Démosles y démonos la calma, el espacio y el tiempo necesario para que juntos podamos ver esas alas y buscar esos cielos; la calma, el espacio y el tiempo necesario para que cada uno pueda volar tan alto como sea capaz de volar; la calma, el espacio y el tiempo necesario para que cada uno se sienta valorado, escuchado y capaz; la calma, el espacio y el tiempo necesario para que vuelen su propio vuelo.

Si alguien ha de poner límites al cielo o techos sobre sus cabezas, ese no ha de ser nunca el maestro.

Ver sus alas,
buscar su cielo.