lunes, 9 de enero de 2017

ANTE ESTE ESPECTÁCULO DE PIROTECNIA PEDAGÓGICA Y METODOLÓGICA HE DECIDIDO...

Estoy cansado, cansado de poner nombres a todo lo que hago, como si el no hacerlo quitara importancia o veracidad a lo hecho. Cansado de que sin una interminable torre de papeleo  que justifique cada paso que se dé en una clase nada parezca tener sentido. Cansado de que todo tenga que tener objetivos para que sea considerado algo bueno. Cansado de que todo tenga que llevar la etiqueta de "innovación" sin realmente serlo. Cansado de escuchar que cualquier tiempo pasado fue mejor y ver cómo la gente joven hace méritos para continuar con ese refrán en un futuro. Como si esta "titulitis" o fiebre "naming" absorbiera todo sin dejar espacio a lo importante. Cansado, pero no desilusionado.

Así que he decidido sentarme y sentirme. Sentarme con mis alumnos y aprovechar cada minuto que se me escapa entre los dedos de su infancia. Exprimir hasta la última gota el jugo de su inocencia, aprovechar cada brillo de ingenuidad de sus ojos. Y mirar... mirar las estrellas, mirar sus estrellas. Observar lo que quieren ver en ellas, sentir su escalofrío al ver pasar una estrella fugaz y subirme a la ilusión de la esperanza y de sus sueños. No quiero perderme ni un segundo de su mirada infantil y quiero ayudarles a disfrutar aprendiendo. No hay otra manera de hacerlo que sentándonos y disfrutando del momento, olvidándonos de toda la pirotecnia que suena a nuestro alrededor, centrándonos en lo importante y olvidándonos del ruido.

Porque al final, los maestros simplemente somos lo que recuerdan de nosotros, pero sobre todo, somos lo que nuestros antiguos alumnos sienten cuando nos recuerdan.