miércoles, 25 de enero de 2017

LOS MAESTROS SOMOS CIENTÍFICOS

Últimamente se habla, y mucho, de la necesidad de innovar en educación, de la necesidad de introducir cambios y de la necesidad de modificar o cambiar el rumbo. Estoy de acuerdo con estas necesidades, pero difiero en las formas con las que, en muchas ocasiones, intentamos innovar, cambiar o dar la vuelta a todo.

Existen muchas definiciones de innovar, tantas que creo que al final su verdadera esencia se difumina por el camino. No nos podemos olvidar de una premisa básica que toda innovación debería cumplir: para innovar debemos dialogar con la tradición y convertirnos en científicos capaces de descubrir y poner en valor las buenas prácticas que están en el ADN de la educación. No podemos decir que todo lo realizado hasta ahora no ha servido para nada, porque estaríamos faltando al respeto a muchas personas y porque, simple y llanamente, es lo que nos ha llevado hasta donde estamos. Tampoco podemos olvidar que detrás de la concepción de escuela democrática está un tal John Dewey, que detrás de muchos de los inventos pedagógicos de última moda están personas como Célestin Freinet, Paulo Freire, Ovide Decroly y un largo etcétera.

¿Podemos decir que adaptarnos a la sociedad de hoy en día 
es realmente innovar? 
Al fin y al cabo, es lo que estamos diciendo. O simplemente será lo que tenemos que hacer. ¿No será este uno de los principios teóricos comunes que debe encontrarse en educación? El funcionalismo, que quiere decir que cuando existe una necesidad, un interés vital, debemos crear las técnicas adecuadas para satisfacerlo. Así es como, por ejemplo, el protagonista de "El Emilio" de Rousseau aprende a leer porque quiere conocer el contenido de las cartas que recibe. ¿Y no será esto lo que tenemos que conseguir? Hacer que nuestros alumnos quieran descubrir y conocer.

¿Qué podemos hacer para convertirnos en científicos?
Tenemos que empezar rescatando del pasado aquellos métodos y buenas prácticas positivas y enriquecedoras para el alumnado, el profesorado y las familias: trabajo por proyectos, centros de interés, aprendizaje cooperativo, aprendizaje servicio...

Son prácticas antiguas que hoy consideramos innovación. Están muy bien, pero realmente... ¿podemos decir que trabajar por proyectos es innovar? Estas prácticas pueden ser muy interesantes y útiles hoy en día, pero siempre teniendo en cuenta que innovar no es saturar y creo que en estos momentos estamos saturando la educación de metodologías, materiales y aparatos tecnológicos que dejan poco espacio. Poco espacio para la creatividad, poco espacio para crear los vínculos emocionales necesarios para potenciar el aprendizaje y las cualidades de cada uno de nuestros alumnos y poco espacio para mirar a los ojos. La saturación normalmente genera un bloqueo emocional y un alumno o un maestro emocionalmente bloqueado, también lo está intelectualmente. Yo en ocasiones siento este bloqueo.

No podemos caer en el error de interesarnos siempre más por lo nuevo que por lo bueno. Si lo nuevo es bueno... ¡claro que sí! ¿Pero si no lo es? ¿Debemos confiar en cualquier mensaje pedagógico venga de donde venga? ¿Debemos poner el foco en las herramientas y metodologías que son tendencia o debemos preocuparnos por tener un buen fondo de armario en el que algunas de estas tendencias puedan tener cabida?

Adela Cortina dijo una vez: "No se construye una sociedad más justa con ciudadanos mediocres". En esta frase se encuentra la esencia y la finalidad que debe perseguir toda innovación educativa:
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Educar personas competentes y creativas, capaces de poner sus conocimientos y habilidades al servicio de los demás para resolver aquellos problemas que no hemos sabido resolver en épocas pasadas. ¡Casi nada!

¡Ánimo, científicos!