El otro día, tomé un café con una madre de tres niños (ya adultos) de los que tuve la suerte de ser su tutor. Ella también es familia de acogida y me decía que el chico que tiene en acogida "va mejor o peor dependiendo del tutor que le toque cada curso escolar". Recuerdo que, después de intercambiar muchas ideas y opiniones, le comenté lo siguiente:
Que un alumno tenga un buen docente que le enseñe y le acompañe no debería ser cuestión de suerte, debería ser cuestión de justicia. Todo alumno se lo merece.
Y aquí estamos de nuevo para intentar escribir algo que tiene su origen en esta idea. Algo que tiene su origen en ese “algo” que le da sentido a todo, la educación.
A partir de aquí, he escrito escuchando esta pieza del gran Ludovico Einaudi:
Comenzaré con esta breve reflexión:
Si la educación es el porvenir y el alma de un pueblo,
¿podemos permitir que sea incierta?
¡La respuesta es no! La respuesta es que...
...LA BUENA EDUCACIÓN, SIMPLEMENTE, DEBE SER VERDAD
La buena educación no es cuestión de azar, es cuestión de justicia;
justicia que debe florecer en las aulas.
La buena educación no es cuestión de casualidad, es cuestión de causalidad;
causalidad proveniente de la reflexión y de la determinación.
La buena educación no es cuestión de probabilidad, es cuestión seguridad;
seguridad garantizada en cada mirada, gesto y palabra.
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La buena educación no es una lotería,
no es una moneda lanzada al viento,
ni la suerte que decide a quién le toca.
Es un derecho que nace en cada niño,
un compromiso que debe cumplirse,
una semilla que nunca se tiene que marchitar.
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La buena educación no es un golpe de fortuna,
es la causa que abre puertas,
es el cimiento de una comunidad justa,
es un faro que ilumina con equidad.
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La buena educación no puede depender
de lo imprevisible, del "quizás" o del "a lo mejor".
Es la certidumbre que todo niño merece,
Es intención, es acción.
Es raíz, tallo, flor y fruto.
Es la utopía de un mundo mejor,
el baluarte contra la ignorancia y la manipulación.
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La buena educación es un acto consciente,
es el respeto que moldea mentes despiertas,
es la brújula que orienta con precisión.
Es el pulso firme que alienta el crecimiento,
el suelo fértil donde germina el pensamiento.
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La buena educación no es una excepción
solo para unos pocos afortunados,
es para todos, sin distinciones,
es el motor que impulsa generaciones.
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La buena educación no puede depender de leyes;
leyes emanadas de venganzas electorales y de políticas enfrentadas,
ni tampoco de quién se cruce en el camino del niño.
Debe ser garantía y certeza.
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La buena educación no improvisa,
no se deja en manos del destino,
es el legado que la sociedad construye,
la base firme de toda humanidad.
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La buena educación es más que enseñanza,
es una promesa cumplida,
un puente hacia el mañana,
Es el hilo invisible que nos une y que nuestro corazón reclama.
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La buena educación no es un favor,
es un compromiso firme,
es una deuda que no se puede aplazar.
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La buena educación es legítima
y cada paso en su ausencia deja puertas abiertas
a la injusticia, al abandono y a la desigualdad.
Es nuestra responsabilidad:
asegurar que cada niño reciba lo que merece,
que su futuro no penda del deseo pedido a una estrella fugaz.
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Pensemos en el poder que tenemos,
en el eco de cada decisión tomada o no tomada,
en que la buena educación no es un privilegio.
Porque, al final, la educación que brindamos
será el reflejo de quiénes somos como humanidad.
Y si queremos construir un futuro más justo
la buena educación, simplemente, debe ser verdad.