Imaginad el aula como un aeropuerto. Así he llegado yo hasta aquí para contaros lo que os voy a contar.
Durante años, muchos docentes hemos asumido el rol de una "torre de control", desde donde supervisamos el despegue, el vuelo y el aterrizaje nuestros alumnos, dándoles instrucciones desde lejos y vigilando, con mirada atenta, sus trayectorias. Pero… ¿es esto lo que verdaderamente hoy necesita nuestro alumnado? Me gustaría proponeros un cambio de perspectiva: dejemos de ser "docentes torre de control" y convirtámonos en "docentes avión", que se elevan y sobrevuelan su aula para verla mejor, pero que también aterrizan en la mesa de aquellos que más lo necesitan en cada momento.
Un docente no puede quedarse siempre sentado, viendo cómo los alumnos avanzan solos por el aire haciendo actividades repetitivas y, en muchas ocasiones, descontextualizadas de un libro de texto sin más, como si todos tuvieran el mismo combustible, como si todos conocieran la ruta a la perfección. Cada uno vuela a una velocidad distinta, a una altitud diferente y con desafíos únicos. Es ahí, justo ahí, donde debemos transformarnos en docentes "avión", volar y aterrizar en el lugar preciso para ofrecer el apoyo adecuado.
La pedagogía del vuelo
Ser un "docente avión" significa estar en constante movimiento para adaptarse a las necesidades de cada niño. A veces, el alumno necesita volar en solitario, pero otras veces, requiere que descendamos para situarnos junto a él, para sentarnos en su "cabina" y para ayudarle a controlar las turbulencias del aprendizaje. No basta con observar desde la distancia; hace falta actuar con precisión, ofreciendo pequeñas dosis de atención, preguntas que despierten la reflexión y apoyo emocional para que pueda seguir su trayecto.
El arte de despegar y de aterrizar con propósito
El maestro que se mueve por el aula, que vuela y aterriza, no es el que "salva" al alumnado, es el que le enseña a ser autónomo. Acompañar no es hacer el trabajo por ellos, es ayudarles a encontrar las herramientas necesarias para despegar por sí mismos. Este rol de "piloto acompañante" promueve la autogestión y la reflexión crítica, habilidades esenciales para la vida presente y futura de cualquier persona.
Dejar de ser torre de control también implica una renuncia a la vieja idea de la que ya hablé en otros post, la idea del ABF (Aprendizaje Basado en Fichas) y del CAS (Culo Atornillado a la Silla) como única fuente de aprendizaje, como yugo que esclaviza nuestra manera de enseñar y su forma de aprender. El libro de texto no puede ser la única pista de despegue. Hay que diversificar y enriquecer, llevar al alumnado a explorar nuevos cielos, con experiencias vivenciales, proyectos y retos que no solo los mantengan ocupados, sino que les hagan sentir la brisa en la cara mientras avanzan.
El viento bajo sus alas
Nuestros alumnos, al igual que los aviones, necesitan el viento correcto para volar. Ese viento es el entorno emocional y pedagógico que los rodea, y como docentes, somos responsables de que lo reciban. Volar no es solo adquirir conocimientos, es también desarrollar habilidades sociales, emocionales y creativas. Por eso, cuando aterricemos en su mesa, no nos olvidemos nunca de preguntarles cómo se sienten, ya que un alumno que se siente bien aprende mejor; ya que cuando el corazón está tranquilo, el cerebro está más dispuesto y activo.
Dejemos de ser una torre que da órdenes desde las alturas y convirtámonos en ese avión que vuela junto a ellos, aterrizando cuando sea necesario, pero siempre permitiéndoles ser los pilotos de su vuelo; siempre enseñándoles a volar y a encontrar su propio horizonte.
Cuando lo hacemos bien, no solo guiamos el despegue, sino que les enseñamos a dominar los cielos por sí mismos y a aterrizar con seguridad. Así que, querido maestro, querida maestra, ajusta tus alas, respira profundo y vuela. ¡Tus alumnos te están esperando!